El investigardor Bill Dear: «O.J. Simpson es inocente y puedo demostrarlo»

Personajes

El próximo 12 de junio se cumplen 18 años del brutal asesinato de Nicole Brown y Ron Goldman, la ex mujer de O.J. Simpson y el amante de ésta. Durante casi dos décadas la sociedad ha señalado como único culpable a la estrella de fútbol americano, pero un investigador privado lleva tiempo señalando  al hijo mayor del jugador como único responsable del crimen. En su libro O.J. es inocente y puedo demostrarlo  aporta las pruebas.

El investigador privado Bill Dear suele someter a un juego al público en sus conferencias sobre el asesinato de Nicole Brown y Ron Goldman. Antes de exponer su tesis pide levantar el brazo a los que piensen que el jugador de fútbol americano O.J. Simpson cometió el crimen. Todo el mundo lo levanta. Lógico, si recordamos el caso.

El 12 de junio de 1994, poco antes de medianoche, Nicole Brown, ex esposa del deportista, y Ron Goldman, su amante, aparecieron muertos en el jardín de la casa de ésta en Los Ángeles. Él había sido apuñalado varias veces, ella había sido casi decapitada. Las imágenes del reguero de sangre en las baldosas dieron la vuelta al mundo. Desde el primer momento, O.J. fue acusado de empuñar el cuchillo. Las pruebas lo delataban: gotas de sangre de los fallecidos en el coche y los calcetines de jugador, sangre compatible con el DNA de Simpson en el jardín, y un guante ensangrentado en la escena del crimen que hacía pareja de otro abandonado accidentalmente en la casa de invitados de la estrella de fútbol. Olía a crimen pasional: Simpson, celoso de que Nicole se viera con otros hombres, esperó  a la llegada del amante para matarlos. El deportista se declaró inocente pero la espectacular persecución policial por la autopista de Los Ángeles días después, con el jugador apuntándose el mismo a la cabeza con una pistola, se tradujo como un claro signo de culpabilidad.

El juicio del siglo – por sus ochos meses de duración y su interés mediático – absolvió, sin embargo, al jugador. La defensa aprovechó los insultos raciales de uno de los detectives para acusar al cuerpo policial de Los Ángeles (LAPD) de tenderle una trampa. En una época de disturbios étnicos y con el siempre recelo estadounidense cuando la víctima es blanca y el acusado de color, la tesis de la defensa hizo más efecto que las pruebas de ADN, y el jurado, de mayoría afroamericana, lo declaró no culpable, lo cual no hizo más que asentar la creencia popular de que  O.J. es el asesino y si no está en la cárcel es por la incompetencia del fiscal.

Seguimos con las conferencias. Cuando el público baja el brazo, este investigador texano de prestigio empieza a desarrollar una minuciosa tesis, según la cual el auténtico responsable del crimen sería el hijo mayor del jugador, Jason Simpson. Cuando termina, vuelve a pedir a los asistentes que levanten el brazo si todavía creen que O.J. es culpable. Nadie lo hace. Incluso los amigos de futbolista que declararon en su contra, hoy, dudan.

¿Cómo ha llegado a esta conclusión? Dear, dueño de una agencia de investigación en Dallas y un apasionado de su profesión, decidió investigar por su cuenta – asumiendo todos los gastos y movilizando al personal de su oficina – dos semanas después del homicidio tras observar incoherencias  en el comportamiento de O.J. y la actuación policial. Una sensación que ha aumentando en los diecisiete años que ya dura su investigación.

Por ejemplo, el hecho de que incriminaran al jugador antes de que la sangre fuese analizada o que no hubiera grandes rastros de sangre en su coche, ya que, a juzgar por las heridas de las víctimas, el asesino debió quedar bastante impregnado. Según la coartada de Simpson, a esa hora acababa de llegar a casa con un amigo tras cenar en un McDonal’s. Es más, una limusina estaba esperaba para llevarlo al aeropuerto, pues al día siguiente lo esperaban en Chicago. Pero, según la policía, el jugador habría aprovechado entre una cosa y otra para coger el coche, ir a casa de Nicole, matarlos y regresar a la mansión. Una teoría que no se tiene en pie, según Dear, pues, entre otras razones, ese modus operandia no le habría dejado tiempo para limpiar el coche. Por otra parte, había huellas dactilares en la escena del crimen que no pertenecían ni a las víctimas ni al acusado.

Las dudas del investigador aumentaron tras descubrir que Simpson sabía que los dos hijos nacidos de su relación con Nicole (Sydney, que entonces tenía ocho años, y Justin, cinco) estaban en casa de la madre. Es más, el futbolista creía que esa noche una amiga de la niña dormía con ellos. Y, en todo caso, no sabía que Ron Goldman – un joven camarero – iba a reunirse con Brown. Además, Dear descubrió también que el deportista sufría una gran aversión hacia la sangre.

¿Por qué el LAPD no prestó atención a estos detalles? Según explica en el libro que Dear acaba de publicar, O.J. es inocente y puedo demostrarlo (por ahora sólo a la venta en EEUU) “la policía a menudo cae en el error de decidir quién es culpable y centrar la investigación en ese sospechoso. Si las pruebas no cuadran entonces las ignoran o, peor aún, las hacen cuadrar”.

Pero su método es diferente. Bajo el lema ‘nunca asumas, verifica siempre’, el investigador estudia a todos los sospechosos hasta dejar sólo uno. También suele meterse en la mente del asesino, explica, para averiguar cómo y por qué lo hizo. De ahí que dos semanas después del suceso, rebotase el muro de la casa de Nicole a la misma hora que los asesinatos para estudiar el escenario e imaginarse mejor lo que pudo ocurrir.

Llegó a Jason, que entonces tenía veinticuatro años, tras descartar al resto de sospechosos. A través de toda clase de métodos  – se hizo pasar por médico, rebuscó en su basura, fue llamando puerta a puerta – consiguió su historial médico, su ficha policial, su diario, cartas y su declaración en el juicio civil contra O.J.  – en el cual sí fue declarado culpable, obligando a indemnizar a las familias de las victimas con 33 millones de dólares. También consiguió hablar con el psicólogo y las novias de Jason en la época del crimen.

El resultado no podría ser más desconcertante: Jason sufre, entre otros, un trastorno que le impide controlar la rabia y le lleva a cometer actos violentos. El mismo se describe “Dr. Jekyll y Mr. Hydes”. Una vez intentó suicidarse clavándose unas tijeras en el abdomen. A una antigua novia la intentó estrangular en abril de 1994, a otra la atacó con un cuchillo de cocina – Jason era chef – y le cortó el pelo con la misma arma. Es más, en la época del crimen, estaba en libertad condicional por haber atacado con un cuchillo a un antiguo jefe. La noche del homicidio Nicole tenía planeado cenar en el restaurante de Jason con los niños. Éste, que según los testimonios recogidos por Dear, sentía algo platónico hacia ella, estaba muy emocionado. “Por fin va a venir y va a poder probar mi comida”, aparece en el acta de su declaración. Pero a última hora Brown le dio platón, lo que supuso una gran decepción para el joven.  “Me sentía herido”. También queda demostrado que esa noche se llevó sus cuchillos a casa, como hacen habitualmente los cocineros, y que manipuló la hora de salida. Otro dato: hay fotografías suyas con la misma gorra que apareció en la escena del homicidio. Y pese a que jamás fue interrogado por la policía, O.J. Simpson contrató a un abogado penalista para su hijo al día siguiente de los asesinatos. “¿Por qué?”, se pregunta Dear en el libro.

De este modo, el investigador traza otra teoría: fue Jason quien habría acudido a casa de Nicole para mostrarle su enfado, encontrándose por casualidad a Goldman y sufriendo un ataque que terminó con la muerte de la pareja. “Al no aparecer por el local, lo avergonzó y humilló delante de sus compañeros. Esto habría sido suficiente para enfurecer a alguien, y sobre todo a una persona que sufre trastorno explosivo”, opina.

Esta tesis explicaría las huellas dactilares desconocidas y otros detalles de la investigación. En cuanto a los guantes o las gotas de sangre en el coche de O.J., el texano piensa que Jason llamó a su padre tras lo sucedido, y éste acudió al escenario antes de que los cuerpos fueran descubiertos. Si encubrió a su hijo hasta el punto de jugarse la vida – de haber sido dictaminado culpable podrían haberlo sentenciado a pena de muerte – fue porque a “O.J. Simpson no le gusta que lo avergüencen ni que salga mala publicidad de su casa”.

A lo largo de los años Dear ha reunido también el cuchillo con el que presuntamente los mató y la consola del coche de Jason. En las más de 500 páginas del libro, en algunos momentos narrado con la adrenalina de un thriller, aparecen impresos las fichas y documentos, las conversaciones con las novias y otros conocidos, innumerables detalles sobre los errores en la investigación policial y la opinión de los expertos (forenses, médicos, detectives) a los que ha consultado.

“Es una de las mejores investigaciones que he visto en años”, ha dicho sobre el libro el famoso periodista Dan Rather. “Oh, Dios Mío, ahora todo tiene sentido”, un sheriff retirado dijo a sus compañeros tras conocer a Dear. “La investigación es extremadamente plausible y creíble”, opina un antiguo comandante de la unidad contra el crimen del condado de Dallas. Un juez incluso ha reconocido que “debería abrirse, como mínimo, una investigación”.

Lo cierto es que, tal y como dice Dear, “nada de lo que he contado sobre Jason ha aparecido en la prensa o en los múltiples libros que se han publicado sobre los asesinatos”. El investigador critica a los medios: “Desde el momento  en que O.J. saltó a los titulares hubo una falta de pensamiento crítico. Nadie hizo las preguntas correctas porque todos asumieron que eran culpable”. Y, por supuesto, acusa a la policía de Los Ángeles. Dear se ha reunido con ellos para explicarles sus hallazgos y pedirles que reabran la investigación, más aún cuando el caso está todavía sin resolver, la policía ha declarado –tal y como puede leerse en un documento oficial – que la investigación “está cerrada” y punto.

Al veterano investigador tampoco le sorprende. “Mi experiencia en estos 45 años de profesión me dice que cuando se descubren hechos que contradicen la versión oficial, nadie quiere admitir que se ha equivocado. Hay demasiados intereses en proteger las conclusiones iniciales”. De hecho, un miembro de la LAPD reconoció ante un empleado de Dear que no podían reabrirlo porque “¿sabes las ramificaciones que esto tendría?”. La policía, de hecho, se ha negado a ayudarlo mediante excusas que posteriormente han resultado ser mentiras.

O.J. Simpson, por supuesto, sabe de la existencia de Bill Dear. El investigador, de hecho, acudió una vez al restaurante donde trabajaba Jason. Éste lo reconoció y mantuvieron la mirada durante unos instantes sin decir palabra. Por otra parte, la casa y la oficina de Dear fueron vigiladas durante una tiempo por, supuestamente, gente al servicio del deportista. Pero a los Simpson también les da miedo Dear. Después de que el L.A. Observer publicase un artículo en 2006 con las teorías del detective, Jason vendió el coche con el que habría ido a casa de Nicole y se marchó de California. Fue ahí cuando Dear se hizo con la consola.

Ni los Brown ni los Goldman han contactado con el investigador. Él tampoco ha insistido tras observar su actitud. Cuando en 2006 se anunció la publicación If I did (Si lo hubiera hecho), un libro escrito por Simpson en el que contaba cómo hubiera matado a la pareja de haber sido el culpable (al final ni lo escribió él ni el contenido se ajustaba al título), la familia Goldman se sintió indignada, pero más tarde Dear descubrió que iban a lucrarse con él.

O.J., cuyas siglas corresponden a Orenthal James, se trasladó con sus hijos menores a Florida  a finales de los noventa tras arrebatarle la custodia a los abuelos maternos. En teoría para alejar a los niños de la escena del crimen, pero en la práctica para no tener que pagar los 33 millones, cifra que, de todos modos, se puede permitir gracias a los títulos que consiguió en la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL), la venta de autógrafos, sus contractos comerciales, su carrera en el cine y la televisión, y su participación en algunos consejos de administración, si bien tras el escándalo su imagen y por tanto sus ingresos se han deteriorado. La familia Brown sigue convencida de que Simpson mató a Nicole pero le dirigen la palabra y han estado muy presentes en la vida de sus nietos, tal y como contaba la revista People en 2003.

Paradójicamente, hoy, a sus 64 años, Simpson está entre rejas. En 2008 fue condenado a un mínimo de nueve años y un máximo de 33 – podrá pedir la libertad en 2017 – tras ser acusado de hurto con arma y secuestro en un hotel de Las Vegas. En concreto objetos deportivos que, según él, eran suyos. Muchos han visto en esta sentencia el castigo merecido por haber sido absuelto del asesinato de su ex mujer. Según algunos medios sensacionalistas, Sydney, que ahora tiene 26 años, lo culpa de la muerte de su madre y a malas penas lo visita.

Jason, por su parte, vive en Florida donde trabaja de cocinero. En el artículo de People, la revista se hizo eco de una llamada de Sydney al 911 en 2003 tras una pelea con su padre y su hermanastro. El propio futbolista le recriminó ante la prensa: “El 911 no se usa cuando hay una riña en casa”. Esto es lo que más preocupa a Bill Dear. Tras conseguir el historial médico y el diario de Jason, el investigador pensó “si él es el asesino, está enfermo; y si no lo es, continua siendo una persona con problemas mentales desde los ocho años que nunca ha recibido el tratamiento adecuado. Me preocupa Jason y la seguridad de las personas que están a su alrededor”.

Ahora bien, Dear también espera que su investigación sirva para reabrir el caso algún día. “Mi objetivo personal es que esta información llegue a un gran jurado e implique un arresto y una condena por estos asesinatos sin sentido”.