Las joyas de la abdicación

Personajes

Mucho se ha hablado de la historia de amor de los duques de Windsor. Una relación apasionada que, según la versión oficial, obligó a Eduardo VIII a renunciar al trono de Inglaterra. Su historia la cuentan las crónicas de la época pero también las joyas que uno y otro se regalaron durante sus casi 40 años juntos. Ahora, 23 años después de la primera subasta, Sotheby’s recupera parte del patrimonio para sacarlo a la venta el próximo 30 de noviembre. CARAS repasa algunos de los momentos más románticos de la pareja y su apasionado amor por los diamantes y zafiros.

La joya de un amor prohibido

Corría el final del verano en Europa de 1934 cuando Eduardo VIII, entonces príncipe de Gales, le pidió a la señora Wallis Simpson y a su tía Bessie que le acompañasen, junto con otros invitados, en un largo viaje de placer por Biarritz, Oporto, Cannes y el lago Como. En aquella época el señor y la señora Simpson, ambos estadounidenses, formaban parte del círculo de amigos del heredero al trono inglés pero no está claro si entonces Wallis y Eduardo ya eran amantes. A principios del año siguiente, el príncipe invitó al matrimonio a esquiar en los Alpes y luego visitar Budapest y Viena. Ernest Simpson declinó la invitación, pero su mujer se  unió otra vez al grupo. Esta vez, Wallis regresó a Londres, donde vivía el matrimonio, con un regalo del príncipe: una horquilla para el cabello con diamantes.

No fue el único viaje en 1935. En agosto, Wallis, otra vez sin su marido, acompañó a Eduardo, conocido familiarmente como David, en sus vacaciones a Cannes, Córcega, Austria y Hungría, tal y como cuenta en sus memorias, The Hearts has its reasons (El corazón tiene sus razones). Ese año, como regalo de Navidad, Wallis le regaló una pitillera de oro con un mapa de Europa y todas las ciudades y rutas que habían recorrido durante esos dos años. Estaban grabadas con esmalte, gemas y diamantes. El mensaje interior, ‘Para David de Wallis’, era una prueba de su amor prohibido. Tres semanas después fallecía Jorge V y Eduardo se convertía en Rey de Gran Bretaña e Irlanda y emperador de la India. A mediados de 1936, el nuevo monarca convocó a sus más íntimos a un crucero por la costa Dálmata, Grecia y el Bósforo. En ese momento la relación entre ambos ya era conocida – y criticada – siendo perseguidos por los paparazzis durante todo el viaje. Continuaron por los Balcanes y pasaron, cómo no, por sus queridas Budapest y Viena. El grupo finalizó las vacaciones en París sin la presencia de Eduardo, que adelantó su regreso a Londres para “retomar mis funciones y enfrentarme a un problema personal que ya no podía dejar en suspenso más tiempo”, contó en sus memorias, La historia de un Rey. En diciembre de ese mismo año, y tras el rechazo de las instituciones inglesas a que se casara con una mujer divorciada y con mala fama, el monarca abdicó porque “es imposible desempeñar mis funciones sin el apoyo de la mujer a la que amo”, dijo en su discurso ante la Nación. Tiempo después, el ya duque de Windsor, hizo grabar este viaje en la pitillera.

pitillera cartier (Copiar) pitillera cartier 2 (Copiar)

La joya acusatoria

Viajando por la costa Dálmata, Wallis fue vista con una pulsera de la que colgaban varias cruces elaboradas con diamantes, esmeraldas, rubíes y zafiros. Dado que Eduardo también era aficionado a ellas, el brazalete fue considerado como la prueba de la relación tan intensa que mantenían. Todas las cruces tenían grabadas un mensaje y una fecha. Había una de 1934 -después de su primer viaje juntos- con la frase ‘WE are too’. WE de Wallis y Eduardo, pero también ‘nosotros’ en inglés. El ‘too’ fue interpretado como ‘Wallis y Eduardo también están enamorados’ (en referencia al inminente enlace del hermano de Eduardo) o ‘Wallis y Eduardo están demasiado enamorados’. Otra cruz, de marzo de 1936, decía ‘Que las cruces del rey bendigan a WE’. Esa fue la época en que, tras la coronación de David, ella se marchó a París y el nuevo rey y el todavía marido de Wallis se reunieron. Ernest acordó divorciarse y el monarca le prometió que siempre le sería fiel y la cuidaría. Otra de las cruces fue un regalo de ella después de que Eduardo fuera amenazado durante un desfile ese mismo año. De ahí la inscripción ‘Dios salve al rey’. A medida que pasaron los años, Wallis fue añadiendo cruces como una en la que está grabada la fecha en que el duque fue operado de apendicitis (1944) y, por supuesto, la cruz con la fecha de su boda, el 3 de junio de 1937. La pulsera está valorada en 450.000 libras.

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La joya del duque

Tras la abdicación, Eduardo se tuvo que exiliar. Mantuvo el tratamiento de Alteza Real y le otorgaron el Ducado de Windsor, un título que, a diferencia del anterior, sí pudo compartir con Wallis al casarse. El escudo de armas del duque, que no del ducado, se distinguía por llevar encima una corona imperial. Siempre detallista con su esposa, en 1948 le regaló  un neceser de oro y diamantes decorado con su nuevo emblema.

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La joya avant-garde

El exilio, primero en Viena, luego en Francia, más tarde en Bahamas – donde Eduardo fue nombrado gobernador general – y finalmente en París, no aplacó su estilo de vida, marcada entre otros, por su afición a las piedras preciosas. Aunque solía hacer encargos a los joyeros Van Cleef &Arpels, Suzanne Belperron y David Webb, fue Cartier quien elaboró la mayoría de sus joyas, utilizando algunas veces gemas de la propia colección del duque. Entre ellas destacan los felinos diseñados por Jeanne Toussaint, mítica directora de la firma. La diseñadora alcanzó fama mundial gracias a sus vanguardistas pulseras en forma de panteras o tigres con los cuerpos articulados. A la duquesa le gustaban mucho y coleccionó varias de ellas, como ésta de diamantes y esmeraldas de 1952.

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La joya del cumpleaños

Aunque en Inglaterra no eran bien recibidos, los duques de Windsor se convirtieron en los reyes de la jet-set internacional. Ya fuera en la Costa Azul o en Nueva York, la pareja se reunía con los personajes y las celebridades más famosas de la época. Un reflejo de su estilo de vida eran las joyas que la duquesa solía lucir. Además de las de Jeanne Toussaint, también le gustaban los animales de Peter Lemarchand. En concreto este espectacular flamenco de diamantes, esmeraldas, rubíes y zafiros, que lució en la celebración del 46 cumpleaños del duque en el hotel Ritz de Madrid en 1940. El broche, para el que se utilizaron piedras preciosas de otras joyas, se convirtió en el emblema de la subasta de 1987. El valor de la pantera y el flamenco ronda hoy en día el millón y medio de libras.

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La joya del aniversario

Para celebrar su veinte aniversario de boda, el duque de Windsor encargó a Cartier un broche en forma de corazón elaborado con diamantes, esmeraldas y rubíes con las iniciales de ambos. Eduardo y Wallis, que se casaron con 43 y 42 años respectivamente, no tuvieron descendencia.

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La joya más preciada

Aunque no forma parte del lote de joyas  que Sotheby’s subastará el próximo 30 de noviembre, la alhaja más querida de la duquesa fue una pulsera con abalorios que casi siempre llevaba encima. La condesa de Romanones, amiga íntima de Wallis, recordaba en sus memorias, El fin de una era, el comentario que la duquesa le hizo sobre la pulsera tras la muerte de Eduardo en 1972. “Amo más esta pulserita que todas las joyas maravillosas que me dio mi romance, ¿sabes? De vez en cuando añadía una baratija como recuerdo de un momento especial que habíamos vivido juntos”. Por ejemplo, un teléfono en miniatura, como recuerdo de su único modo de comunicación durante un tiempo; un barco, por un viaje que hicieron juntos; y corazones.

La subasta

Tras la muerte de Wallis Simpson en 1986, gran parte de sus joyas fueron subastadas al año siguiente, yendo todos los beneficios a la prestigiosa Fundación Pasteur. Cartier compró algunas de las más emblemáticas que la propia firma había elaborado, formando a pasar parte de su colección, expuesta en importantes museos de todo el mundo. La subasta generó mucha expectación en la prensa y atrajo a más de 2.000 personas en un acto celebrado en Ginebra y Nueva York, vía satélite. Esperaban recaudar siete millones de dólares, pero los 50 que se lograron batieron el récord hasta ese momento en una colección de joyas.

Ahora, 23 años después, Sotheby’s recupera veinte de esas piezas, en las que se incluyen relojes, medallas y otros objetos del duque. El lote ha sido expuesto estas últimas semanas en Londres, Hong Kong, Moscú y Nueva York antes de viajar a Ginebra y regresar a la capital del Támesis, donde se realizará la subasta a finales de mes.