A diez meses de las elecciones presidenciales en los EEUU, un libro sobre el matrimonio Obama ha disgustado la Casa Blanca. Su autora insiste en que trata la lucha de una pareja combativa en territorio hostil; pero hacer públicas las debilidades del presidente, la personalidad controladora de la primera dama y la desconfianza de ambos en la política quizás no sea la mejor baza para su reelección. ¿O sí? Depende de cómo se mire en Washington.
“Las fortalezas y los desafíos de nuestro matrimonio no van a cambiar porque nos traslademos a otra casa”. Así de tajante se mostró Michelle Obama en una entrevista con la periodista Jodi Kantor ocho meses después de mudarse a la Casa Blanca. Pero esta corresponsal política del New York Times observó una cierta tensión en la respuesta que la inspiró a escribir un libro sobre si la Casa Blanca ha transformado, o no, a esta pareja de activistas sociales. Y viceversa: cómo la relación del matrimonio ha repercutido en la política del esposo.
The Obamas, publicado en enero en EEUU, es un resumen casi diario de los primeros mil días de mandato del presidente cuya conclusión final es que la pareja ha salido fortalecida; pero es también un documento que descubre el aislamiento de Michelle, cómo su personalidad y sus objetivos han chocado con el establishment de la Casa Blanca y lo más revelador: el hecho de que “sin ella, Barack Obama no sería presidente de los Estados Unidos”, dice la propia Kantor.
También deja ver un detalle paradójico: la poca confianza de ambos en la política. Defensores de los servicios a la comunidad, a esta pareja de abogados de Harvard nunca les ha gustado el trapicheo de contactos y favores del Capitolio. Pero mientras que Michelle simplemente lo rechaza, Obama piensa que la mejor manera de cambiar el sistema es hacerlo desde dentro. Y puesto que su objetivo en la vida es resolver los problemas de la sociedad, meterse en política era una obligación. Cuando a mitad de la década de los noventa le comentó a su esposa su deseo de competir por el puesto de senador en Illinois, a ésta por poco le da algo. “Me casé contigo porque eres guapo y listo, pero esta es lo más tonto que podrías pedirme”.
A Michelle no sólo le preocupaba que su marido se metiera en el mundo que ella tanto criticaba sino que además pensaba no estaba capacitado para el juego sucio. “Es demasiado buen chico para la brutalidad de la política”. Pero decidió apoyarlo, por amor y porque siempre ha tenido la fe ciega de que su marido es especial y puede cambiar el mundo. Es más, haría lo que hiciera falta para ayudarlo. Si realmente iba a dedicarse a ello, tenía que llegar a lo más alto para compensar todos los sacrificios que la política conlleva. Michelle pensaba que para lograrlo haría falta su intervención, pues Jodi Kantor retrata a un Obama individualista y solitario que no sabe venderse a sí mismo.
Su esposa, por su suerte, es su mejor embajadora, recoge el libro, basado en las declaraciones de más de doscientas fuentes, entre ellas miembros de la Casa Blanca, familiares, amigos, vecinos y colegas de trabajo. Gracias a su facilidad para conectar con el público y describir las virtudes de su marido, ha logrado convencer a los donantes de fondos para todas las campañas en las que Obama ha participado. Cuando él se queja de tener que posar ante los medios, ella es la que dice en voz baja “haz tu trabajo”. Y cuando su mente se desvía en elucubraciones, ella es la única que puede hacerlo volver al camino. “¡Siente, no pienses!” o “esto a la gente no le importa”, le ha llegado a ordenar cuando lo ha visto en apuros. Él, por su parte, la idolatra y busca su aprobación desde los días que trabajaba a sus órdenes en una firma de abogados.
Gran parte del libro se centra en el temor de la pareja a que la Casa Blanca afecte a la familia. La entrada de Obama en la política ya había causado una grave crisis matrimonial entre los años 2000 y 2003, de modo que no estaban dispuestos a volver a pasar por ello. Así que cuando llegaron a Washington en enero de 2009 uno de sus objetivos era que nadie se entrometiera en sus vidas. Su manera de pensar podría llegar a considerarse ingenua pues la primera dama de los Estados Unidos se planteó quedarse en Chicago los primeros meses de mandado para no entorpecer la rutina escolar de sus hijas. También planificaron regresar a su casa una vez al mes como ciudadanos anónimos y llevar a las niñas al colegio todas las mañanas. Todos ellos planes simplemente imposibles por seguridad y agenda.
Y sí, la Casa Blanca les ha cambiado. O mejor dicho, les ha tragado. Su perro, Bob, es una celebridad, sus amigos trabajan para ellos, su entrenador personal en Chicago se desplaza todas las semanas a Washington, Johnny Deep ha sido su bufón en Halloween, famosos como Jay-Z cantaron el Happy Birthday Mr. President en su 50 cumpleaños y Michelle, que al principio se negó a posar en la portada de Vogue con diseños de marcas de lujo, ha llegado a comprarse unas zapatillas de Lanvin de 500 dólares para un acto de caridad.
La maquinaria de la Casa Blanca, por supuesto, también ha afectado al matrimonio. Cuando Obama era senador en Illinois obedecía sin rechistar cuando su esposa le pedía que comprase leche antes de volver a casa. Ahora cuando no le gusta alguna propuesta de la primera dama, ni siquiera se lo dice a la cara, manda un emisario al gabinete de su esposa para hacerle llegar su opinión.
La mayoría de los cambios no han sido del agrado del Michelle, refleja el libro de Kantor. Los primeros años de mandato se sintió aislada en una casa donde se supone que ella manda pero sobre la que tiene muy poco control. Mitad oficina, mitad museo nacional, ella y sus hijas viven confinadas en las plantas privadas de la residencia – ni tan siquiera pasean por el jardín – para evitar las miradas y las cámaras de los turistas que visitan el complejo todos los días.
Pero lo peor de todo ha sido la indiferencia del Ala Oeste de la Casa Blanca, donde trabaja su esposo. Aunque no aspira a convertirse en la nueva Hillary Clinton, Michelle nunca ha querido interpretar el papel de mujer florero que corresponde a las primeras damas. Ella quiere ayudar. Es más, puesto que es quien mejor conoce y sabe vender a Obama, “se considera un gran activo” que no puede ser desaprovechado, cita Kantor.
Pero en el Ala Oeste, denuncia el libro, prefieren que las primeras damas, cuanto más lejos, mejor. Incluso su marido “quiso mantenerla fuera de la línea de fuego” porque sabía que las reglas de juego no iban a gustar a su escéptica esposa. A ella en cambio, estar fuera la martirizaba. Perfeccionista y obsesionada con que los ciudadanos vean a Obama como el líder especial que ella piensa que es, le preocupa que el equipo de su esposo parezca más centrado en el día a día de la política que en ofrecer la imagen del hombre comprometido a transformar el país. Ya desde la época de la campaña presidencial Michelle opinaba que las estrategias diseñadas habían estado “llenas de improvisación”, que las decisiones siempre partían de un mismo y pequeño círculo y que “algunos de los consejeros no prestan suficiente apoyo al presidente”, recogen algunas fuentes.
Pero Michelle no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados mientras la popularidad de su marido se desinflaba como un globo. Y aquí es donde llega otro mensaje importante del libro de Kantor: Michelle es una mujer “apasionada y leal” pero también muy exigente aunque “sus expectativas a veces sean poco realistas”. La vida la ha hecho así. Criada en una casa muy humilde, ella y su hermano consiguieron ir a las universidades privadas más elitistas gracias al trabajo duro de unos padres que tenían que dormir en el salón y un progenitor que padecía esclerosis múltiple. En su casa no había lugar para fallos. Si tenían una oportunidad, debían aprovecharla al máximo. Esto la ha convertido en una mujer muy “dura” y poco tolerante que no oculta su enfado cuando la gente la defrauda. “Toda la familia le tiene miedo”, bromea su hermano en el libro.
Quienes no bromean tanto son los que están alrededor de su esposo. Durante la campaña presidencial solía bombardear al equipo con emails cuando algo no le gustaba. “¿Quién se está encargando de esto?”, espetaba. Ella sólo quería que todo saliese perfecto pero “sus misivas eran una pesadilla”, ha confesado un asesor anónimo. Al final, terminaron por evitarla. Ya en la Casa Blanca ha continuado con el método de los emails, aunque ahora lo hace indirectamente. Primero se los envía a Valerie Jarrett, Consejera Superior de Obama y su mayor aliada en la Casa Blanca, y ésta lo reenvía al Ala Oeste eliminando el nombre de la primera dama, “aunque todo el mundo sabe que proviene de ella”.
El libro recoge dos momentos de gran tensión. Uno con Rahm Emanuel, Jefe de Gabinete de Obama hasta el otoño de 2010. Tras la muerte de Edwards Kennedy, un político republicano se hizo con su escaño en Massachusetts, bastión de los Demócratas. Michelle culpó al gabinete por no haber sabido anticiparse. “A Emanuel le dolió aquel comentario”, recoge el libro. Casualmente, o no, cuando Emanuel dejó el puesto para presentarse a la alcaldía de Chicago, las cosas empezaron a mejorar en el Ala Este, la zona donde las primeras damas se ocupan de sus asuntos oficiales. El gabinete de Obama por fin se dio dado cuenta de que hay que aprovechar su popularidad y ella, encantada de participar aunque para ello tengo que hacer abdominales en directo en el espacio televisivo de Ellen DeGeneres, como ocurrió hace varios días.
El otro momento de tensión fue cuando surgió el rumor de que Michelle le habría dicho a Carla Bruni que la vida en la Casa Blanca era un “infierno”. Robert Gibbs, Secretario de Prensa de Obama hasta febrero de 2011, fue el encargado de desmentirlo pero Valerie Jarrett le dijo que a la primera dama le pareció insuficiente su actuación. Gibbs estalló. “Joder, no es justo, me he dejado la piel en ello”. Cuando Jarrett le recordó que a la primera dama no le gustaría su vocabulario, Gibbs espetó “Que la jodan a ella también”. Gibbs ha reconocido este episodio.
El contenido del libro ha sido un escándalo en Washington. Tanto que incluso Michelle ha desmentido en televisión “haberse enfrentado” con Emanuel y Gibbs, y que todo responde al deseo de algunos de mostrarla como una “mujer negra enfadada”. Claro que si hubiera leído el libro, cosa que reconoce no haber hecho, se daría cuenta de que en ningún momento Kantor hablar de enfrentamientos directos y de que el tono de la obra no es una crítica hacia Michelle sino el largo camino en la Casa Blanca de una pareja con personalidades marcadas. “Nada de los que se está discutiendo en televisión aparece en mi libro”, se defiendo la autora. Y lo cierto es que su retrato sobre Michelle no debe andar muy lejos cuando el propio presidente le ha dicho a Kantor que “mi gabinete se preocupa más de lo que piensa la primera dama que de lo que yo pienso”.
Para Obama el cambio también ha sido difícil. La periodista lo describe como un hombre que se cree superior al resto y al que le cuesta ceder el control. “Soy mejor redactor de discursos que mis propios redactores, sé más de política que mis propios directores de política”, le soltó a Patrick Gaspard cuando lo entrevistó para ese puesto. Pero su personalidad pronto chocó con un gobierno donde el Congreso tiene la sartén cogida por el mango. Al final tuvo que aplacar su arrogancia. “Decidme todo lo que penséis que hemos hecho mal”, preguntó a expertos externos tras perder en 2010 la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes.
Si bien ha logrado algunos destacados éxitos como la muerte de Bin Laden, el fin de la guerra en Irak y una discreta reforma sanitaria, le pesan grandes fracasos como el aumento del paro, la crisis de la deuda pública, no haber cerrado Guantánamo en el plazo prometido y haber animado con sus políticas de impuestos a la creación del Tea Party, quien le ha robado gran parte de protagonismo durante estos tres años. Pero a Obama le duele sobre todo haber decepcionado a la gente. “Se siente triste y enfadado” dicen sus asesores. “Puesto que sus promesas habían sido tan grandiosas y muchos creían en él ardientemente, la pérdida de fe de sus seguidores todavía es más duro para él”, escribe Kantor.
A diez meses de las elecciones, el panorama pinta difícil para Obama. Él insiste en que que si “si la última campaña fue algo excepcional, esperad a la próxima, será todavía mejor”. El problema es que ya no resulta creíble, según la prensa especializada. Además, en pleno proceso de primarias republicanas, los contrincantes no paran de recordarle al público estadounidense los fracasos del presidente. Mitt Romney, por ahora el candidato más aventajado, cuenta además con una carrera de éxitos empresariales, entre ellos la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno de Salt Lake City en 2002. “Hay que echar a Obama y devolverle la grandeza al país”, ha dicho estos días. “El presidente no tiene ideas y ya no le quedan excusas”.
En este sentido, la publicación de The Obamas puede perjudicar aún más su imagen. Pues en un país donde el comandante en jefe es el macho alfa de la nación, el libro deja al descubierto que Obama no puede cumplir con los objetivos y que Michelle es quien lleva los pantalones en casa, debiendo salir a su rescate, personal y político, una y otra vez.
De ahí que la Casa Blanca y los medios demócratas hayan alzado el grito. “El libro es una sobredramatización de viejas noticias (…) Los pensamientos, emociones y momentos privados descritos reflejan poco más que los pensamientos de la autora”, ha dicho la Casa Blanca. Mientras que los medios critican que la autora no haya entrevistado a la pareja para el libro. Una reacción sorprendente por parte de los periodistas teniendo en cuenta que no es una biografía oficial y que el libro está plagado de fuentes, anónimas o no. Si bien desde la Casa Blanca sugieren que Kantor tampoco hizo mucho por pedir una entrevista.
Pero hay otra versión sobre las críticas. La Casa Blanca, cuenta la autora, es consciente de que “Obama es más atractivo cuando aparece en familia”. Y el mensaje del libro es que, pese a todo, “la presidencia ha unido al matrimonio como nunca antes”. Algunas voces, sobre todo entre el bando republicano, sugieren que la única estrategia que le queda a Obama pasa por mostrarle al público su intimidad, con sus fallos, sus luchas y sus logros (¿acaso Michelle no es una mujer enamorada que lo haría todo por su marido?). Por tanto si el libro ha molestado a la Casa Blanca es sólo porque pone demasiado en evidencia la estrategia. “No quieren que se sepa”, afirma RedState, uno de los blogs conservadores más influyentes.
Sea como sea, las críticas han hecho efecto. Un mes después de su publicación, The Obamas ni siquiera aparece entre los cien más vendidos en Amazon. Parece ser que la Casa Blanca ha ganado la batalla.
DESPIECES
EL INGRATO PAPEL DE LAS PRIMERAS DAMAS
Las esposas de los candidatos presidenciales son clave en la victoria de sus maridos. Durante la campaña sufren igual o más presión que sus esposos. Deben ser astutas, mostrarse como las perfectas anfitrionas y animar a sus maridos en los momentos más duros. Pero una vez llegan a la Casa Blanca son injustamente ignoradas. Sólo las utilizan por conveniencia: cuando hay que sustituir al presidente en eventos secundarios y para quedar bien en las recepciones diplomáticas. El resto del tiempo lo dedican a despachar con el personal sobre las flores, la decoración o el menú, explica Jodi Kantor. Algunas han demostrado su pulso pero la mayoría han salido escaldadas.
Kackie Kennedy: Su estilo todavía marca escuela; no sólo fue la mejor vestida sino la mejor anfitriona. Pero detestaba vivir en la Casa Blanca y odiaba el término ‘primera dama’. “Vertía todas sus preocupaciones en largas llamadas telefónicas a su doctor en Virginia”.
Lady Bird Johnson: Tuvo que sufrir la guerra de su marido contra Vietnam.
Betty Ford: Se refugió en el alcohol y las pastillas. Siempre se dijo que la causa fue su adicción a los medicamentos para aliviar un nervio lastimado, pero ella misma reconoció en sus memorias que el alcohol “me hacía sentir cálida” y las pastillas “se llevaban mi dolor y mis tensiones”.
Hillary Clinton: La más ambiciosa. Hoy es Secretaria de Estado de Obama y aspiró a la presidencia. Durante sus ochos en la Casa Blanca tuvo que soportar el fracaso de la reforma sanitaria, el suicidio de su amigo Vicent Foster por culpa de la maquinaria de Washington, el proceso de destitución de su marido y el humillante affaire con Monica Lewinsky.
Laura Bush: Reconoce que en la Casa Blanca se sintió frustrada, sola, subestimada e incomprendida.
LAS VIDAS PRIVADAS DE LAS CANDIDABLES REPUBLICANAS
Ann Romney: Lleva casada 42 años con Mitt Romney, con el que tiene cinco hijos. Padece esclerosis múltiple y en 2006 le extirparon un tumor de mama. Se hizo mormona para poder casarse con su esposo y tuvo que soportar la distancia entre los enamorados mientras él se dedicaba a predicar en Francia.
Callista Gingrich: Es la perfecta esposa republicana: imagen impecable y discreta. Toca el piano, ha dirigido documentales, ha escrito libros y canta en el coro de la iglesia. Peeero tiene un pasado que la obliga a mantener un perfil bajo: fue la amante de Newt Gingrich mientras él estaba casado con otra mujer. Tras el divorcio convenció al pecador para convertirse al catolicismo.
Karen Santorum: Tiene ocho hijos con Rick Santorum. Uno falleció prematuro. Otro sufre una grave discapacidad. A los 22 años mantuvo una larga relación sentimental con el ginecólogo que la trajo al mundo y que le sacaba 41 años de diferencia. Éste, además regentaba una clínica abortistas ilegal. Hoy Karen es una de las abanderadas contra el aborto.
Carol Paul: Conoció a Ron Paul en el instituto. Tiene cinco hijos, ha publicado un libro de recetas de cocina y ha sido profesora de baile.