Así ha descrito la derecha francesa la situación que se vive estos días en la presidencia de la República. Un tuit de la primera dama ha descubierto la pugna que mantiene todavía con su otrora rival, Ségolène Royal; también cómo los asuntos de alcoba han afectado a la carrera de la segunda, y viceversa: cómo ésta se cargó su relación con François Hollande.
“¡Esto es Dallas en el Elíseo!”, ha dicho estos días un miembro del partido de Sarkozy sobre las disputas domésticas que se viven en el palacio presidencial desde la llegada de François Hollande a mitad de mayo. Pero, a decir verdad, ya era un culebrón cuando Cecilia Attias y Carla Bruni protagonizaron su particular pelea de gatas (por sus idénticos rostros felinos) después de que Sarko tuviera la ocurrencia de regalarle a la top model el mismo anillo de compromiso que a la mujer que lo había abandonado por otro hombre.
Y puestos a hacer comparaciones, lo de Hollande, más que Dallas, es una remake de Dinastía en la que Blake Carrignton estaría interpretado por un tipo apodado flamby que promete normalidad durante su mandato; Ségolène Royal sería Krystle, la esposa sufridora, aunque aquí Linda Evans es una ambiciosa política de izquierdas que para más inri sufre el machismo de los elefantes del partido; y para el papel de Alexis/Joan Collins tenemos a una Valérie Trierweiler aquejada del síndrome de Rebeca y a la que los guiñoles de Canal + la presentan vestida de dominatrix y esclavizando a un asustado Hollande.
El último capítulo de la serie, que para muchos se ha convertido en el piloto de lo que está por venir, es el incidente en Twitter días antes de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, celebradas el pasado 17 de junio. Rebobinemos para ver qué pasó.
Ségolène, que había perdido las elecciones presidenciales en 2007 y la carrera para dirigir el Partido Socialista en 2008, aspiraba a convertirse en la nueva presidenta de la Asamblea Nacional para conseguir, por una vez, un gran triunfo dentro del aparato político.
Para ello, tenía que ganar el escaño de La Rochelle (una ciudad al oeste de Francia), tarea para la cual Hollande y Martine Aubry, la primera secretaria del PS, la ayudaron apartando a Olivier Falorni, el líder de la federación local y amigo del presidente. Hollande, al parecer, habría apoyado a su ex como agradecimiento a que ésta pidiera el voto por él en las presidenciales. Pero Farloni no aceptó las órdenes y se presentó como disidente, quedando en segundo lugar por detrás de Royal. La batalla, pues, iba a librarse entre ellos dos.
Pero cinco días antes de la segunda vuelta, el Twitter de Valérie, pareja de Hollande desde hace siete años y primera dama oficiosa del país, arrojó una frase incendiaria: “Ánimo a Olivier Falorni, que no ha desmerecido, que pelea por los habitantes de La Rochelle desde hace tantos años en un compromiso desinteresado”.El escándalo estaba servido. La primera dama no sólo apoyaba al enemigo de Royal sino que encima iba en contra de las órdenes de Hollande y el PS.
Días después, Tommasso Debenedetti, un periodista italiano famoso por suplantar en las redes sociales a políticos o personajes como Mario Vargas Llosa, se atribuyó la autoría alegando que lo hizo para demostrar la poca fiabilidad de las redes. Casi nadie lo creyó. La edición digital de El País ni siquiera recogió la noticia. Las huellas de Valérie estaban por todas partes. Primero porque nadie denunció una posible violación de su cuenta. Al contrario, el PS reprobó sus palabras y el tuit continuaba colgado a día 17 (curioso si tenemos en cuenta que esa misma semana denunció un ataque y aquel otro tuit sí que fue eliminado. ¿Por qué uno sí y el otro no? Incluso ella misma discutió el contenido ante los medios antes de la confesión de Debenedetti: «Se ha exagerado, yo no veo aquí ninguna confusión entre la vida pública y privada”. Además, ya lo había advertido: “François confía en mí totalmente, excepto en mis tuits”.
Lo escribiera o no, el incidente los ha retratado a todos: A Hollande, como un hombre entre dos mujeres, pues por una parte expresó su “claro apoyo” a Royal y por otra declaró que “eso que ha dicho Madame Trierweiler es su opinión personal”. A Sego, como una mujer capaz de utilizar el victimismo en plena campaña: “Pido respeto para una madre cuyos hijos oyen lo que se dice. No quise reaccionar el martes [día en que se publicó] porque fue muy violento. No quiere decir que no estuviese herida, no soy un robot”. Y a Valérie, como una mujer con celos patológicos hacia la ex pareja de su compañero. L’Express ya lo había denunciado semanas antes. “Siente celos profundos e irracionales hacia Ségolène. Es casi imposible pronunciar su nombre delante de ella aunque sea para hablar sólo de política”, contó una fuente anónima.
Esta presunta inseguridad sorprende en una atractiva mujer de 47 años, divorciada dos veces, madre de tres hijos adolescentes, y con una exitosa carrera profesional a sus espaldas como periodista en Paris Match y en la televisión gala. Una mujer que, además, siempre ha tenido a los políticos socialistas a sus pies, desde Hollande, que se enamoró de ella cuando todavía vivía con Sego, a Miterrand, quien se quedó embelesado cuando la conoció y, casualidad o no, ese mismo día fue contratada por el famoso semanario francés.
Del pasado hay pocas escenas de celos. ¿Acaso fue ella la inductora de que Paris Match sacara en portada a Ségolène en bikini en 2006 para disgusto de ésta? No hay constancia. Las primeros envites registrados se remontan a hace dos años. El País cuenta que las sonrisas cómplices entre Hollande y su ex en un acto político en 2010 levantó la ira de Valèrie, quien ha reconocido ser una mujer de carácter.
A principios de este año, en el vídeo de presentación de la campaña de Hollande, se echó en falta la presencia de Sego, un personaje clave en la política francesa en los últimos tiempos. The Guardian recoge el rumor de que fue la periodista quien lo prohibió.
Un ejemplo más claro: el 6 de mayo, la noche de la victoria, en la plaza de la Bastilla, junto a otros líderes socialistas, Hollande dio dos besos a Royal. Luego regresó al lado de Valèrie y ésta le ordenó: “Bésame en la boca”, captaron las cámaras.
Días más tarde lanzó un mensaje muy clarito en Twitter: “Simplemente orgullosa de acompañar al nuevo presidente de la República y siempre tan feliz de compartir la vida de François”. De su enemiga dijo al Times: “Ella es la política; yo, la mujer del político”. Y recordó: “No hay historia sentimental entre ellos después de siete años”. Por supuesto, el día del traspaso de poderes, ni rastro de Sego y todos los medios apuntando a Valèrie como responsable.
El último ataque se produce el día 12 de junio. Esa mañana, Hollande emitió un comunicado a favor de Royal en el asunto de La Rochelle. “Es la única candidata presidencial que puede gozar de mi apoyo”. Según Bruno Jeudi, editor de Le Journal du Dimanche, la periodista – que tras conocerse su relación con Hollande dejó la sección de política y ahora escribe sobre cultura –desconocía que su hombre iba a lanzarle un cable a su ex. Atacada por los celos, habría abierto su Twitter y escribió lo de Forlani.
¿Algún alto al fuego? Una vez, este mismo año, cuando Sego pidió el voto para Hollande en la segunda vuelta de las elecciones socialistas. “Homenaje a Ségolène Royal por su apoyo sincero, desinteresado y sin ambigüedad”, escribió Valèrie. También una foto del pasado mes de abril de las dos mujeres saludándose en un acto político.
Sin resentimientos
Royal, por cierto, no logró el escaño. A nadie se le escapa el hecho de que la misma mujer que le robó a su marido ha contribuido a su último fracaso profesional. A ello hay que añadir el hecho de que Hollande ganó las elecciones que ella perdió y ahora disfruta del puesto con la otra. “Tiene que joder infinito por muy francesa, muy de izquierdas y muy civilizada que seas”, ha escrito una articulista de El País.
Ségolène, de 58 años, conoció a François Hollande en la Escuela Nacional de la Administración a finales de la década de los setenta. Feminista pero femenina, conservadora en algunos aspectos (durante años se opuso al matrimonio gay) y con agallas para denunciar el machismo de sus compañeros de partido, Sego y Hollande fueron escalando poco a poco en el PS al mismo tiempo que formaban una familia de cuatro hijos (el mayor tiene 28 años, la menor 19). Eran una pareja discreta. Intentaban no aparecer juntos y si lo hacían, ponían distancia de por medio.
Nunca se casaron. En teoría porque, dicen, que ella no cree en el matrimonio; en la práctica porque la ley francesa no permite que dos diputados sean cónyuges, y ninguno de los dos quería renunciar a su carrera.
En 2005, con François como primer secretario del partido, empezaron a torcerse los caminos de la política y el amor. A Royal se le presentó la oportunidad de presentarse a las elecciones de 2007 y François empezó un affaire con Valèrie, que entonces estaba casada con el padre de sus tres hijos, el cual por cierto también trabaja en el Paris Match. Como reportera que cubría las noticias del PS, lo trataba habitualmente. “De ahí nació una complicidad que un día se transforma en flechazo”, explicó ella el año pasado.
Sego lo descubrió. El justifica las infidelidades en general con la frase: “una pareja, dos libertades”. Parece que ella compartía la opinión porque dicen que estaba dispuesta a perdonarlo. De hecho se rumorea que hasta le propuso casarse, pero él se negó. La relación ya estaba rota.
Como pañuelo de lágrimas, o por vengaza quizás, Royal decidió presentarse a la campaña. “Cuando se pierde el amor de un hombre se puede estar tentada a buscar el del pueblo”, dijo en una entrevista hace un tiempo, pero para evitar un revuelo mediático, decidieron esperar a anunciar su separación al final de la campaña.
Eso fue en 2006, un año antes de las elecciones. Un largo año. Jean Christophe Cambadelis, un diputado socialista contó en su libro Parti pris el ambiente en la sede del partido en aquella época. “Nos sentíamos como niños inquietos ante las disputas entre papá y mamá. Ya no estaban juntos”.
Los problemas domésticos también pasaron factura en la campaña. Era imposible una sintonía entre el programa del secretario general y el de la candidata presidencial habiendo entre ellos una ruptura y una amante de por medio.
La noche de las elecciones, la propia Ségolène confirmó la ruptura a los periodistas que estaban escribiendo un libro sobre ella, Los secretos de una derrota. En él, por cierto, desvela el affaire de su ex.
Pasados los meses, Royal declara que las heridas han cicatrizado. “He pasado página, sin renegar de los momentos felices que vivimos y sin resentimientos inútiles”, dijo tras la primera aparición pública de su ex y Valèrie en el verano de 2007. “Le deseo sinceramente que sea feliz con su nueva compañera”.
¿Pero ha sido siempre así? Las malas lenguas dicen que cuando se enteró del affaire pidió a la revista la cabeza de Valèrie. Alain Genestar, el director en aquella época, siempre lo ha desmentido. Según El País, también dejó circular el rumor de su boda con Hollande cuando la relación ya estaba rota ¿quizás para fastidiar a Trierweiler? Y, aunque no da más detalles, el editor de Le Journal du Dimanche la acusa de sentir celos hacia la primera dama. “Son como dos tigresas”, ha dicho.
También se rumorea que si lo apoyó en las elecciones presidenciales fue para devolverle el favor por no destapar la ruptura cuando ella fue candidata.
Ahora bien, en este juego de roles, Hollande no es el típico que se sale de rositas dejando que la culpa recaiga en ellas. De hecho, sus propias inseguridades son los que provocaron su ruptura con Royal, según cuentan.
Burgués, hijo de un médico de extrema derecha y estudiante brillante, François ha realizado un ascenso tranquilo en el que el rasgo más sobresaliente ha sido su sentido del humor. Don bromitas, le llaman algunos. Flamby, otros, comparando su actitud relajada con unos populares flanes franceses.
Pero cuando Sego le dijo que quería ser la primera mujer en presidir la República, la sonrisa se le atragantó. “Se sintió desplazado, humillado”, ha confesado un amigo suyo a los medios franceses. Acomplejado por la madre de sus hijos, fue Valèrie quien le hizo recuperar la ambición para suceder a Sarkozy. Tanto que incluso se animó a perder peso para presentarse como un hombre nuevo. Aunque no hay que olvidar que sin la caída al infierno de Dominique Strauss-Khan, la llegada al Elíseo hubiera sido seguramente imposible.
Y tampoco es un hombre nuevo. Su pasado todavía está muy presente. Cuando le reprocharon la ausencia de Royal en el vídeo de campaña, tuvo que reconocer el error. Y el mismo se encarga de avivar la llama del triángulo amoroso cuando declara que Trierweiler es la mujer de su vida o que “Ségolène ha hecho una campaña con mucho fervor, pero el fervor no es suficiente para la elección”, en relación al intentó de su ex de competir en la primarias de 2011 donde quedó cuarta y él ganó.
La llegada de Hollande al poder prometía dos cosas: ser el único capaz de frenar los recortes de Angela Merkel en la Vieja Europa y traer una “presidencia normal”, en alusión a los líos de falda de Sarkozy, su bling-bling y su esposa cantante/modelo.
Lo primero está todavía por ver pero lo segundo lo ha incumplido en tiempo récord. Menos de un mes desde su llegada a palacio. Hasta Sarko tardó cinco meses en separarse de Cecilia. “El vodevil entra en el Elíseo”, “la República ejemplar cede paso a la mala crónica rosa”, han dicho algunos miembro de UMP. “Historias de bragas de la presidencia”, suelta Marine Le Pen.
Hollande también se juega su credibilidad. Si no es capaz de controlar sus problemas domésticos, sus apelaciones a la sobriedad, la ejemplaridad y la unidad caen en balde, comentan los medios europeos.
Y al igual que pasó con Cecilia y Carla, Trierweiler – que tampoco quiere ser una primera dama tradicional – está empezando a ser un problema para el presidente. Una cosa es que quiera seguir trabajando como periodista y otra que apoye a un candidato contra el criterio del jefe del Estado por una cuestión de celos amorosos. Jean Quatremer, periodista de Libération ha escrito estos días: “Trierweiler ha confirmado la ambigüedad de su estatuto: compañera del presidente, periodista, dueña de un gabinete en el Elíseo y ajustando cuentas con la ex de su chico… Tendrá que elegir”.
Lo que está claro es que aquellos que pensaban que el culebrón se había terminado con la marcha de la Bruni están equivocados. Hay para rato.