Es el título de un libro recién publicado en España en el que su autora, Christine Hart, desmitifica la profesión por excelencia más glamurosa. Testigo de directo de este universo, carga con dureza contra agencias y fotógrafos, y muestra un mundo más sórdido de lo que el público pueda imaginarse. Si la vida de algunas supermodelos es turbulenta, la de aquellas que no son top puede ser aún peor.
Hoteles de lujo, fiestas glamurosas, champaña, joyas, jet privados, hombres ricos, no levantarse de la cama por menos de diez mil dólares y conservar el tipo a base de beber tres litros de agua al día. Así es como nos imaginamos la vida de las modelos.
Sí, conocemos las juergas y adicciones de Kate, las sentencias judiciales de Naomi y los ingresos psiquiátricos de Karen Mulder, pero incluso así solemos pensar que sus vidas son fabulosas. Y efectivamente lo son, pero sólo en algunos casos, deja claro Christine Hart, una ex modelo germano-española que acaba de publicar un libro sobre su profesión. El resto, “las de carne y hueso”, sólo vive penurias y humillaciones. Pero, claro, en una profesión donde el ego es tan sensible, nadie quiere admitirlo. Por ello ha llamado a su libro Lo que las modelos callan.
A sus 41 años y retirada desde hace seis, Hart quiere romper ahora la imagen irreal de esta profesión para que los padres y las adolescentes sepan realmente donde se meten. Porque las modelos se callan que el suyo es un “mundo cruel”. Uno en el que se desmayan de hambre, en el que las jóvenes que viven fuera de casa lo hacen en residencias sucias donde reinan las fiestas y las orgías, y en el que les recuerdan a base de insultos que no deben sonreír cuando salgan a la pasarela.
Hart también tacha el oficio de peligroso. “La fama, el dinero, el lujo, los hombres, son demonios constantes que se presentan tentándote”, cuenta en el libro. Muchas jóvenes llegan, además, “con ilusiones casi infantiles” y dispuestas a hacer cualquier cosa para obtener éxito, lo que las empuja a “caer en agujeros que suelen convertirse en una pesadilla”. Aporta casos reales, como el de una modelo uruguaya que se desmayó durante una sesión de fotos al descubrir varios preservativos en el interior de su cuerpo después de una noche de sexo y drogas con un fotógrafo de la que no recordaba nada.
“Sólo las más fuertes e inteligentes pueden sacar provecho”, escribe. Ella lo hizo gracias, dice, haber empezado a los veinticinco años y tener una licenciatura en Derecho. Sólo así pudo desarrollar dignamente una carrera como modelo comercial en la que, dedicada a lencería y similares, tuvo que quitarse la camiseta habitualmente.
Más espejismos: no es una profesión tan lucrativa como parece. Sólo en Nueva York, explica, se gana dinero. A cambio, eso sí, de “sufrimiento, insultos y nervios”. Allí, además, sólo sobreviven las más profesionales pues es un mercado muy exigente. A ella misma la echaron de Ford Models cuando rechazó acortar sus vacaciones para realizar un trabajo, un lujo que sólo se puede permitir las Giseles, Mirandas Kerr o Alessandras Ambrosio.
La precariedad laboral en el resto de la profesión es tan grande que muchas, dice, aceptan las invitaciones a fiestas y cenas con desconocidos para llenar el estómago pues, aún trabajando con agencias de renombre, apenas cubren gastos. Y la preocupación crece a medida que pasan los años y ven que “no han amasado una pequeña fortuna o han pillado un buen partido”. Por ello, “cuando el cuento de hadas acaba […] la droga, e incluso a veces el suicidio, es la única salida”.
La industria de la moda, opina por otra parte, potencia la inseguridad en las modelos frágiles. Normal cuando “a los dieciséis años vendes productos para mujeres de 30, y a los 30 para mujeres de 50”. Ella misma se ha sentido “un vejestorio”, dice. Si encima no llegas a una meta en concreto, entonces ves “la desesperación, las envidias, los celos, y sobre todo, la angustia”.
También puede desarrollar actitudes extrañas, incluso entre las supermodelos. Lo comprobó la vez que acompañó a Elle McPherson y Karen Mulder en un paseo en yate y una tarde de compras por Saint Tropez. La australiana se pasó todo el tiempo achuchando y acurrucando un osito de peluche entre sus brazos, y Mulder, que empezaba su etapa de declive, olvidaba en las tiendas la ropa que acababa de pagar. “Me chocó ver a mis iconos hacer idioteces […] Parecían niñas”, escribe al respecto.
Gran parte de culpa, dice, la tienen las agencias. La ex modelo, que ha publicado el libro sin una editorial detrás, las acusa de ser responsables de que “cada gramo de más sea vivido como un drama”, de empujar a las modelos a que se operen a edades tempranas y de hacerles creer que su vida “termina a los 25 años”. Es su caso. La primera agencia a la que acudió, en Barcelona, le dijo que a su edad sólo podría anunciar tampones. Antes de rendirse, probó suerte en Milán, donde eran más flexibles con la edad. Una semana después del rechazo español consiguió su primer trabajo a las órdenes del mítico fotógrafo Helmut Newton. Pero, aún así, agentes y bookers de todas partes “me llamaron abuela miles de veces”.
Hart, cuyo tono a veces parece reflejar resentimiento, llega a cuestionar incluso a los directores de casting homosexuales. “¿Qué sabrán ellos lo que es sexy? Si en el fondo no les gustamos”.
La ex modelo critica también el poco control de la agencias sobre las maniquíes. Las de su época, asegura, mandaban a las chicas a países lejanos sin tener en cuenta su nivel de inglés o si estaban preparadas psicológicamente. Y denuncia la vez que su agencia en España la envió con varias compañeras a participar en un desfile promocional en la embajada de Libia y terminó en un desfile privado para Gadafi en uno de sus bunkers del desierto. Hart narra el miedo que pasó cuando trataron de confiscarle el pasaporte, al no saber donde estaba y al tener que desfilar ante “el grupo de hombres más odiados del planeta vestida de fulana occidental”. A su regreso a España abandonó la agencia y trató de convencer a sus compañeras para que la denunciasen “por su falta de seguimiento y el peligro al que las expuso”. Nadie la apoyó. CARAS se ha puesto en contacto con la agencia para conocer su postura pero al cierre de este número todavía no había respondido.
Quien sí hablado con la revista es La Asociación de Modelos y Agencias Españolas (AMAE). Ellos no comparten las generalizaciones que lanza Hart. “Existen agencias que son poco profesionales y no cuidan en absoluto los intereses de sus representados; pero también existen agencias que cuidan a sus representadas con mucho mimo por ser su principal activo”, responde Juan Saula, secretario de la asociación. Y aunque no ha leído el libro, tampoco está de acuerdo con que las agencias machaquen a sus modelos: «Las agencias que yo conozco pueden permitirse la seriedad de decirle a las jóvenes que no reúnen los requisitos que no se dediquen a esta profesión. En consecuencia, lo de las operaciones me parece muy improbable, al menos en el ámbito de AMAE”.
El otro dardo va contra los fotógrafos. Acusa a muchos de aprovecharse de la juventud de las modelos para llevárselas a la cama, y a los célebres, de estar drogados en las sesiones. “Algo bastante habitual”, apostilla. Y luego están los divos que no dudan “en humillarte ante los demás” cuando no hay química. No fue el caso con Newton, con el que se muestra muy agradecida, pero reconoce que fue incómodo ver al fotógrafo excitado cuando ella y su compañera se desnudaron.
Capítulo aparte son las fiestas en el que las modelos “sirven de decorado”. Las envían las agencias. “No cobras por ello, aunque sí cenas gratis”. Asegura que nunca le han propuesto sexo a cambio de dinero, pero sospecha que los empresarios eligen a las modelos y pagan su traslado en jets privado a lugares glamurosos como Cannes. “Podrían pagar unas cuantas escorts pero prefieren a chicas frescas, a menudo inocentes”. Prueba de ello es que a la mínima que éstas se emborrachan en la cena, “las manos de los más maduros empezaban a soltarse bajo las mesas”.
Hart cuela dos nombres propios en estas fiestas: Flavio Briatore y George Clooney. Del primero confirma su fama de playboy, pero del segundo asegura que no participó en el juego. “Parecía desconectado […] mi percepción es que [estar allí] era una parte de su trabajo”. El actor, por cierto, fue el único en preguntarle a la modelo cómo se llamaba después de tres días de cenas y fiestas en el sur de Francia.
La modelo no explica en el libro cuándo ni por qué decidió retirarse. Hoy se dedica a cuidar a sus dos hijos pequeños y asegura que no le importan las reacciones que puedan despertar sus palabras. “Si dices algo y no molesta a alguien, es que no has dicho nada”, cita en el prólogo. Y no, la frase no es de Kate Moss, sino del escritor Michael Crichton.