Ámsterdam amaneció el pasado 30 de abril con un aura especial. Las bucólicas calles de la otra ciudad de los canales todavía respiraban los ecos de los festejos celebrados la víspera del Koninginnedag, el Día de la Reina en neerlandés y fiesta nacional de los Países Bajos. Globos de colores flotaban por los canales, las banderolas recorrían las calles y los lazos naranjas – en honor a la Familia Real, los Orange – adornaban farolas y puentes.
A esas horas, la gente, entre resacosa y animada, empezaba a congregarse en la plaza del Palacio Real. Algunos habían pernoctado incluso para ser testigos de primera fila de lo que iba a acontecer dentro del edificio en cuestión de horas: después de 33 años de reinado, Beatriz de Holanda iba a ceder voluntariamente su corona a su primogénito, Guillermo Alejandro.
La despedida había empezado la noche anterior. En un mensaje televisado y previamente grabado, la soberana se dirigió por última vez a sus súbditos en un conmovedor discurso en el que honró la figura de su difunto marido – siempre criticado por su pasado nazi y enfermo crónico de depresión – y alabó a la que estaba a punto de convertirse en reina consorte: “la encantadora princesa Máxima, [quien] con su inmenso corazón y su emocionante capacidad para relacionarse con la sociedad, es para toda mi familia una auténtica bendición”. Una frase que resume la imagen que el pueblo holandés tiene de la argentina.
Mientras sus palabras resonaban por todos los rincones del país de los tulipanes, la todavía reina y los herederos ejercían de anfitriones en el recién remodelado Rijksmuseum, el museo nacional de arte, donde se celebró una cena de gala. Juntos esperaron la llegada del autobús – la carroza del siglo XXI – que transportaba a los invitados: personalidades relevantes del país y los representantes de 19 monarquías.
Para una coronación el protocolo invita a los herederos en lugar de los reyes, así que allí estuvieron todos los que son: Felipe y Letizia, Federico de Dinamarca y Mary Donaldson, Victoria de Suecia y su esposo Daniel, Haakon de Noruega y Mette-Marit, Felipe y Matilde de Bélgica, los jovenzuelos Guillermo y Estefanía de Luxemburgo y, por supuesto, Carlos y Camilla. Lo del príncipe de Gales tenía su gracia pues él ya estuvo, como heredero, en la coronación de Beatriz y ahora, tres décadas después, contempla cómo ésta deja la corona mientras él todavía espera su turno. Si Guillermo, a sus 46 años, se ha convertido en el rey más joven de Europa, Carlos, de 64, será el que más tarde suba si es que algún día sucede a la incombustible Isabel II.
También acudieron miembros de las Casas Reales de Liechtenstein, Tailandia, Brunei, Bahréin, los Emiratos Árabes y una grata sorpresa: los herederos de Japón. Tras once años sin salir de su país aquejada por depresión, Masako empieza a recuperarse y se ha visto con fuerzas para viajar. Eso sí, poco a poco. A última hora se cayó de la cena para estar en plena forma al día siguiente.
Tras recorrer todos juntos la historia de Holanda a través de los óleos, llegaron a la galería de honor donde celebraron la última cena en compañía de ‘La ronda de noche’ de Rembrandt, la obra cumbre del pintor y la joya del museo.
La reina disfrutó del menú acompañada de cerca por su hijo, el primer ministro y los invitados que se saltaron el protocolo, pues por rango, había que ponerlos cerca. A saber: la esposa del rey Mohamed de Marruecos y el príncipe soberano Alberto de Mónaco, quien acudió sin Charlene. La ausencia de la sirena del Principado dio mucho que hablar pues fomenta los rumores que estos días circulan por la Costa Azul: un posible embarazo o el mal de la tristeza. Tal fue el revuelo que tuvieron que explicar lo sucedido: estaba en Sudáfrica en la boda de unos amigos. A Charlene parece que no le va aquello de nobleza obliga.
Otros que tampoco atendieron las normas: Qatar, que mandó a la segunda de las tres esposas del emir, la jequesa Mozah, toda una roba planos en cualquier evento de sangre azul; y Jordania, representada por el que fuera sucesor de Hussein antes de que éste designara a Abdalá. El hijo de Rania, al ser menor de edad, no podía suplir a su padre.
Durante el banquete, risas y buen rollo. La mayoría de los royals europeos tienen la misma edad y son buenos amigos. Además, es lo que tiene abdicar voluntariamente: no hay luto o escándalo. El monarca puede brindar por su jubilación.
La única nota triste fue el drama que viven los Orange desde que hace un año el segundo de los hijos de Beatriz, Friso, quedara sepultado en un alud. Desde entonces permanece en estado vegetativo en un hospital de Londres. La reina dice que no abdica por cansancio, sino porque el pueblo necesita sangre joven, siguiendo la tradición de su abuela y su madre, pero a nadie se le escapa que la tragedia de su hijo la ha mermado.
Tras el baile, a dormir todos porque al día siguiente los fastos empezaban pronto. Poco antes de la diez de la mañana una fragata de la Real Armada anunciaba con 101 salvas lo que estaba a punto de suceder en la Cámara del Consejo: “Declaro que abdico del Trono de los Países Bajos”, leyó a las diez en punto el director del Gabinete de la Reina y el encargado de transmitir el discurso de ésta. A las diez y siete minutos, Beatriz estampaba su firma, seguida por la de su hijo, la de Máxima y el resto de testigos. Los tres protagonizaron miradas cómplices, guiños y sonrisas en todo momento, pero una imagen pasará a la historia: Guillermo, en medio de su madre y su esposa, cogidos de la mano y al borde las lágrimas en el momento del relevo.
A las diez y media, convertidos ya en princesa Beatriz y sus majestades Guillermo y Máxima, salieron al balcón principal para presentarse con sus nuevos cargos ante las más de 25.000 personas que se reunieron en torno al palacio. Abajo, vítores y aclamaciones para Máxima con acento argentino. Arriba, abrazos y mucha emoción. La joven, muy pendiente de su suegra, le cogió la mano en varios momentos. Allí Guillermo dio su primer discurso como rey, si bien lo empezó como hijo: “Querida mamá…”. El paso a la nueva generación se terminó de escenificar cuando Beatriz se retiró y salieron las hijas del matrimonio – de nueve, siete y seis años – con la mayor, Amalia, ya convertida en heredera. Muy profesionales, las tres sonreían y saludaban mientras soportaban con vestiditos idénticos de manga corta los once grados de temperatura que había en el exterior.
Regia Máxima
Tras un almuerzo privado y un poco de descanso, llegó el momento más solemne: la investidura, que no coronación según establece la Constitución holandesa para evitar connotaciones religiosas. Pese a ser una ceremonia laica, las entronizaciones se llevan a cabo en La Iglesia Nueva de Ámsterdam, el lugar donde se casaron Guillermo y Máxima hace once años. Un poco más de dos mil invitados aguardaban dentro. Entre ellos quinientos ciudadanos que habían ganado una invitación por sorteo.
Poco antes de las tres de la tarde entraron Beatriz y las niñas, vestidas las cuatro con el mismo color que lució Máxima. Las pequeñas otra vez – pobres – en manga corta. Junto a Beatriz, su nuera Mabel, que con un traje negro y una manga blanca, vestía prácticamente de viuda. Sus labios sonreían pero sus ojos decían lo contrario. Todos los presentes pudieron sentir su dolor.
Tampoco estaban allí, al igual que en 2002, los padres de Máxima. Holanda es cool pero que su progenitor fuera ministro de Videla es insalvable. La argentina siempre lo aceptado con deportividad. Además, tal y como ha reconocido en un entrevista, tampoco le importa mucho. Fue más doloroso que no estuvieran el día de su boda. Aunque las lágrimas que derramó aquel día le sirvieron para ganarse al pueblo ipso facto. Casi que valió la pena.
A las tres en punto las puertas de esta iglesia protestante volvieron a abrirse para anunciar, a golpe de bastón, “ha llegado el Rey”. Guillermo, vestido de frac – en Holanda los monarcas no ostentan cargos militares – y sobre sus hombros, el impresionante manto real de terciopelo rojo y armiño con 83 leones bordados en oro. Los ecologistas, por supuesto, hicieron saber su disgusto por el armiño días antes. Máxima, por su parte, apareció con un vestido y una capa en azul Klein a juego con los zafiros de su corona. Estaba regia, majestuosa, pero sin dejar de ser ella misma con la alegría y la emoción escapándosele por los ojos y los labios prietos. En ese momento se convirtió, más que nunca, en lo que Mark Rutte, el primer ministro holandés, dijo de ella la noche anterior: “Máxima es un icono de Holanda”.
La pareja avanzó solemne por el pasillo, cogidos de la mano, hasta llegar al trono. Los sillones dorados no son los mismos donde se sentó su madre el 30 de abril de 1980. Según ha dicho Guillermo, les quedaban “bajos”, así que eligieron dos piezas de principios del siglo pasado que formaban parte de los regalos de boda de la reina Guillermina.
Delante de los tronos, los símbolos de la monarquía: la corona, el orbe, el cetro, la espada, el estadarte con la bandera holandesa y el escudo de armas de la nación. Ahora bien, ninguno de los tres primeros son lo que parecen. Las piedras preciosas son falsas. Y eso que Holanda bien que podría permitírselo tratándose de la monarquía más rica de Europa. Su fortuna está calculada en 300 millones de euros, gracias en parte a sus participaciones en empresas como KLM o Philips.
Como no hay ungimiento ni ‘momento corona’, la ceremonia consintió en el juramento de Guillermo a la Constitución y su cargo, prometiendo “prosperidad, tal y como debe hacer un buen rey”. Eso sí, el “¡Qué Dios todopoderoso me ayude en esta tarea!” con el que cerró la frase levantó unas pocas ampollas entre los sectores más laicos.
A quien no le importó fue a su madre y a su esposa. La primera dejó deslizar unas lágrimas, la segunda tuvo que sacar el pañuelo. Para ellas dos hubo palabras en su primer discurso. De Máxima dijo: “Ha sabido traer calidez a nuestra nación […] está totalmente preparada para servir este Reino”. Ella no podía sentirse en ese momento más orgullosa de su marido.
Pese a estar anclada en las tradiciones medievales, fue una ceremonia muy moderna. Como heraldos y reyes de armas, Guillermo eligió a políticos reputados y a personajes de la talla del astronauta André Kuipers o la saltadora olímpica Anky van Grunsven; los héroes del siglo XXI, al menos estos últimos.
Por otra parte, no se hizo mucha sangre con el hecho de que una docena de diputados republicanos rechazaran jurar ante el rey. Ambas partes se respetan y no pasa nada. De hecho si algo ha disgustado al público son detalles como la canción compuesta en exclusiva para el nuevo soberano. La pieza, obra de varios artistas con toques tradicionales y algo de rap, ha sido masacrada por los ciudadanos, que opinan que es más propia para el concurso de Eurovisión.
Con las campanas repicando, los nuevos monarcas regresaron al Palacio Real, muy cerca de la iglesia, para recibir a los miembros de las delegaciones invitadas. De ahí al rio, literalmente, después de escuchar en público la ya infame canción. A media tarde, la pareja y sus hijas se subieron a una barcaza real para realizar una travesía por los canales, escoltados por 250 naves. Máxima se cambió de ropa, las niñas no – tranquilos, les pusieron una capita encima para que no cogiera (más) frío. En las aceras una marea naranja los saludaban con coronas de plástico en sus cabezas. Se calcula que hasta un millón de personas, entre turistas y holandeses, acudió ese día a Ámsterdam.
El crucero, cuyo recorrido homenajeó a las nuevas figuras del deporte, las artes y las ciencias, finalizó dos horas después en el Palacio de la Música, donde el resto de royals los esperaba para celebrar la cena de clausura. El público, por su parte, también daba paso a su particular fiesta amenizada, entre otros, por el Dj holandés Armin van Buuren y, cómo no, la cerveza, pues al igual que otros años ese día se permite beber en la calle.
Con fiesta y más fiesta terminó el último Koninginnedag celebrado el 30 de abril. A partir del año que viene, el Koningsdag (el Día del Rey) se adelantaran al 27 del mismo mes, fecha de nacimiento de Guillermo.
Ya el día uno de mayo la ciudad amaneció esta vez sí con la resaca propia de las celebraciones exprimidas hasta el último segundo y la sensación de que a partir de entonces empieza una nueva etapa. Para Máxima también empieza una nueva vida. De chica bien de Barrio Norte a reina europea.
DESPIECES
LAS JOYAS DE LAS REINA MÁXIMA
La elección de la corona es una de los momentos más esperados en un evento real. Generalmente en bodas. Servidora, la última entronización que recuerda es la de Rania allá por 1999. Bueno, y la de Mónaco en 2005, pero entonces Charlene todavía no era oficial, amén de que los Grimaldi tampoco destacan por la pomposidad de su corte.
La expectación con Holanda ha sido mayor pues Máxima es la royal que más disfruta jugando a ponerse tiaras, un capricho que puede permitirse ya que el ajuar de los Orange está lleno de tesoros. En estos once años como heredera las ha lucido casi todas. Hasta quince donde llegan las cuentas.
Se especulaba si acaso se decantaría por las dos únicas que todavía no había usado: la tiara de perlas que Beatriz de Holanda se puso en su boda, conocida como la Wurtemberg; o la Stuart, la joya de la Corona pero que nadie, desde la reina Juliana hace cuarenta años, ha vuelto a mostrar.
Ni una ni otra. Para ir a juego con su vestido azul cobalto, Máxima se decantó por el conjunto de brillantes y zafiros de la reina Emma, tatarabuela de Guillermo. Obra del joyero Mellerio y datada de 1881, contiene uno zafiro central que procede de un broche de Ana de Holanda, uno de los personajes de la novela Guerra y Paz de Leon Tolstoi. Máxima ya se la puso hace tres años con motivo del 70 cumpleaños de Margarita de Dinamarca.
UN REINO SIN CORONA
Puesto que en los Países Bajos no corona a sus soberanos, tampoco existe la corona. Así que en estos últimos 123 años de mandato femenino, cada una ha elegido la que más le ha parecido. Beatriz de Holanda eligió un juego de perlas y diamantes. Éste también formaba parte de la quiniela para Máxima, pero el hecho de que la argentina la estrenara en un reciente viaje a Brunei le hizo perder apuestas.
La abuela de Guillermo, la reina Juliana, optó por una redecilla con estrellas de diamantes y rubíes, mientras que la reina Guillermina se puso encima la más preciada: la Stuart.
VESTIDOS MADE IN SPAIN
Los vestidos amarillos que Amalia, Alexia y Ariane lucieron en el balcón principal cuando sus padres se presentaron como soberanos pertenecen a una firma española de moda infantil: Pili Carrera. Aunque en esta clase de actos los protagonistas suelen recurrir a diseñadores nacionales como muestra de patriotismo, esta vez una marca extranjera tuvo suerte. La empresa, que fabrica su producción en un pequeño pueblo en Galicia, mandó varios catálogos a la Casa Real holandesa para dicho acto, consiguiendo el pedido para su sorpresa. «Estamos emocionados y muy agradecidos a los reyes holandeses al haber optado por nuestras propuestas en un acontecimiento de esta trascendencia. Nos llena de orgullo», ha dicho Salomé Carrera, directora de esta firma con medio siglo de trayectoria y presente en países como EEUU, México, Rusia y China.
UNA ARGENTINA EN HOLANDA
Máxima ha sabido adaptarse muy bien a su nueva vida en el continente europeo. Se lleva muy bien con su suegra – salen a fumar juntas cuando se reúnen – y aprendió neerlandés en tiempo récord, consciente de los mucho que los holandeses valoran que los extranjeros aprendan su lengua autóctona.
También le ha resultado muy fácil hacerse un hueco entre los royals. Se lleva muy bien con su vecina Matilde de Bélgica y es íntima de Victoria de Suecia, unos lazos que la otra latina del grupo, Letizia, todavía no ha creado.
Eso sí, Máxima mantiene sus raíces lo máximo posible. Les habla a sus hijas en castellano y, aunque ha renunciado a su nacionalidad, mantiene su fe católica en un país y una monarquía protestante.
¿Cuál es el secreto de su éxito? Su personalidad. El famoso biógrafo inglés Andrew Morton así se lo explicaba a esta periodista de Vanidades en una conversación reciente: “Se ha metido a todo el mundo en su bolsillo pese a lo de su padre y la mucha hostilidad que hubo contra ella al principio. Y esto se debe a que es una persona muy natural, muy excitable, que se emociona y tiene mucho atractivo popular”.
HACE 33 AÑOS…
… la investidura de Beatriz de Holanda no resultó tan placentera como la de Guillermo. Aquel día, el 30 de abril de 1980, la capital sufrió una gran ola de disturbios, no por motivos anti-monárquicos, sino porque se oponían al gasto que implicaba dicho acto. Policías y manifestantes lucharon cuerpo a cuerpo con gases lacrimógenos y cargas de por medio; hubo cientos de heridos; casas, comercios y automóviles incendiados, helicópteros sobrevolando la iglesia… El veterano cronista español Jaime Peñafiel, testigo de aquello, lo recordaba estos días: “Estos chicos decidieron estropearle el día a Beatriz y lo consiguieron”. La entronización de Guillermo y Máxima ha costado 11 millones de euros y se calcula que es la monarquía más cara de Europa con un coste anual de 40 millones. Aún así el pasado 30 de abril fue uno de los días más felices de la Casa Real Holandesa cuyo nueva cabeza goza de un índice de popularidad – según una encuesta de la televisión pública – del 69%, diez puntos más que el año pasado.
LA PRIMERA REINA PLEBE DEL SIGLO XXI
En el siglo XX, Sonia de Noruega, Silvia de Suecia, María Teresa de Luxemburgo y Grace Kelly fueron unas parias por no tener sangre azul. Pero hoy sucede lo contrario. De las nuevas herederas, sólo tres tienen lazos aristocráticos, y el último cogido con pinzas: Matilde de Bélgica, Estefanía de Luxemburgo y Camilla Parker. El resto proviene de mundos donde están divorciadas, han sido madres solteras o nadadoras de alta competición. Máxima, a sus 41 años, es la primera en subir al trono (Charlene no ha vivido una coronación y, en todo caso, sólo es princesa soberana). Y aunque la argentina tiene su propio estilo, si lo necesita puede pedirle consejo a María Teresa, quien nacida en Cuba, es la primera soberana europea (en su caso Gran Duquesa) de origen latinoamericano.
TRES ACIERTOS Y UN PEQUEÑO RESBALON DE VESTUARIO
Máxima de Holanda nunca ha pasado desapercibida en los eventos reales. Su gusto por la moda, su físico rotundo y su arrebatadora personalidad llaman la atención. La coronación ha sido su gran momento. Casi más importante que su boda pues jugaba fuera de la liga de los vestidos blancos. Aquí había cuatro eventos en los que vestir diferente y en los cuatro tenía que ser la reina. ¿Lo consiguió? Prácticamente.
Empezó los fastos con un pequeño resbalón al repetir vestido para la cena de gala. En concreto el modelo de Valentino que estrenó en el 60 aniversario del príncipe Carlos en 2008. Un traje bermellón con una cascada de volantes plisados de tafetán en todo el cuerpo. Sin ninguna modificación, excepto el peinado – ondas retro en lugar de un recogido – y las joyas, pues aparte de ceñirse una tiara, lució el diamante Stuart prendido del collar.
A favor: nadie puede acusarla de no ser austera en tiempos de crisis. También hay quien ve un guiño al diseñador de su vestido nupcial. En contra: precisamente por tratarse de su noche, podría haberse permitido una creación nueva. Además, ese vestido ya fue criticado en su día por lo excesivo de los volantes.
Pero si decepcionó a alguien, al día siguiente les recompensó con creces. Máxima supo sacarse el mejor partido. Hasta tres veces se cambió de ropa. Empezó la jornada con un vestido nude de Natan para la abdicación de Beatriz. Era Máxima al cien por cien. Un color que contrasta con su bronceado suave habitual; una lazada en el hombro y mangas abullonadas (dos elementos fétiches en sus estilismos) y una cinta ceñida a la cintura para definir su figura.
Luego llegó el momento más esperado y fotografiado: su entrada por el pasillo de la iglesia convertida en su Majestad. Ahí no podía fallar. Y bien que lo consiguió gracias a un vestido azul Klein de Jan Taminiau y la impresionante capa del mismo color que enmarcaba a la perfección sus hombros con caída hasta el suelo. La capa le otorgó la solemnidad y el carácter regio que el momento implicaba y, encima, la estilizaba. El vestido, con aplicaciones de cristal bordados en los puños y bajo de falda, implicó, se ha dicho, dos meses de elaboración y la experiencia de bordadoras francesas.
Para la cena en el Palacio de la Música volvió a confiar en Taminiau, quien por cierto, fue el creador del vestido rojo y plateado para la cena de gala de Guillermo y Estefanía de Luxemburgo, un look que levantó muchas críticas por el estampado en forma de rombos y el bolero de volantes y tul. Para este último acto también se decantó por el rojo pero esta vez en un diseño de corte romántico con un cuerpo de crepé de seda ceñido de cintura para arriba y bordados de flores. Otra vez, una opción que resaltaba su figura de sirena. Falló quizás en los pendientes y el recogido despeinado, al que el viento de la bahía no favoreció demasiado.
EL LOOK DE LAS ROYALS
Es el otro momento más deseado por tertulianos, fashionistas y blogueros amantes de la moda. Quién lleva qué y cómo le sienta. En Ámsterdam la cosa dio mucho de sí pues pudieron lucirse y fastidiarla hasta en tres ocasiones. Analizamos a las principales una por una.
– Letizia: La heredera al trono español confió todos sus looks a su otro Felipe, pero de apellido Varela, su diseñador de cabecera. Letizia hizo su primera aparición con un vestido entallado negro con cuerpo de encaje chantilly, manga larga y flores azabache bordadas en la cintura. No convenció. El negro, bajo la opinión del estilista español Carlos García-Calvo “acentúa la delgadez y es un tono muy poco royal”. Al día siguiente, obligada a vestir de largo como manda el protocolo, se enfundó en un traje de color titanio tan similar al de la noche, que muchos pensaron que era el mismo pero en distinto tono. Su tocado en forma de disco fue ridiculizado en algunas webs. Su porte sonriente pero tenso tampoco ayudó. En la cena de clausura ella también se puso el vestido que había lucido para el cumpleaños del príncipe Carlos, un modelo de seda y muselina en azul noche.
– Mary Donaldson: La australiana se echó varios años encima la primera noche con un vestido de encaje y pedrería bastante soso para lo sofisticada que es ella. Al día siguiente, sin embargo, se pasó de moderna con un traje con tintes orientales y grandes flores sobre un fondo blanco. Para la clausura optó por el rojo con mejor resultado.
– Victoria de Suecia: Muy atractiva con un vestido berenjena que realzaba su figura en la cena de gala. En la iglesia, otra vez sexy con un traje champán con aberturas en falda y escote. Por la noche, parecía una actriz de Hollywood con un vestido de pailletes dorados, tacones del mismo color y un bolero en tonos malvas.
– Mette-Marit: Su primer vestido, holgado, de manga larga y flores fue bastante criticado. El segundo, más ajustado y con un estampado similar al de la porcelana china – último grito textil – no dejó indiferente a nadie. Por la noche se redimió con un romántico vestido en tonos pastel y un bolero de color similar al de Victoria.
– Matilde de Bélgica: Discreta el primer día con un vestido asimétrico en tonos luminosos. Subió a los primeros puestos del ranking el día 30 gracias a su pamela y su look total color en rosa brillante. Por la noche, más glamour con brillos y tono champán.
– Estefanía de Luxemburgo: Correcta la primera noche con un vestido de brillos, pero demasiado clásico al día siguiente con dos piezas color marfil que ocultaban su cuerpo y le echaban treinta años encima.
– Camilla Parker: Sí al bicolor, no al modelo que eligió para la cena de gala. Al día siguiente, muy monjil con un vestido azul pastel.
– Lalla Salma: La esposa del rey de Marruecos deslumbró el primer día con un precioso caftán blanco en contraste con su roja cabellera. Para la iglesia, se pasó al verde esmeralda y se calzó unos taconazos dorados de infarto.
– La Jequesa de Qatar: Siempre espectacular con sus turbantes a juego, brilló juntó a Victoria de Suecia y Matilde de Bélgica la última noche con un vestido brocado en rosa palo y apliques centelleantes.
– Masako: Muy discreta, como podía esperarse, para su primera salida en una década. La única pega, su sombrero en forma de bonete – pill box para los fashion – demasiado grande o anticuado incluso.