La cocina del poder no es lo mismo que el poder de la cocina. ¿O sí? Un manjar exquisito es capaz de someter al más férreo de los mandatarios que pecan de gula. Y, como suele decir Gilles Bragars, fundador del Club de Chefs de los Jefes de Estado, “la política divide, pero las mesas unen a la gente”. La diferencia entre ambos términos está en que “los políticos desaparecen, pero los platos perduran”. Son palabras de Danièle Delpeuch, la cocinera privada de François Miterrand durante su paso por el Elíseo y personaje en el que se inspira la película Les saveurs du palais. Muchos presidentes galos han sido precisamente los primeros en caer rendidos a los placeres de la cuisine fraçaise y en convertirse, por tanto, en los abanderados de la gastronomía como elemento patrio. Pero, en contra de lo que pueda parecer, no buscaban moderneces. “Chirac, Miterrand, Pompidou, formaban parte de una generación criada en familias donde se comía bien, pero también pasaron por la guerra en su juventud y se les quedó grabado el sabor de la cocina de su infancia”, nos cuenta Delpeuch durante la promoción de la película en España. “Quiero recuperar el sabor de las cosas”, le pidió Miterrand a esta cocinera (que no chef) de la comarca del Périgord, conocida por seguir la herencia “de madres y abuelas”. Lo sedujo con un repollo relleno de salmón, y durante los dos años que estuvo a su servicio le sirvió platos “sencillos pero refinados y reconfortantes”. Delpeuch opina que los gustos culinarios reflejan la personalidad de uno. “Ya lo dice el dicho ‘dime qué comes y te diré quién eres’. En el caso del président, como gastrónomo fino, era un jefe exigente que sabía lo que quería”. “Ofrézcame lo mejor de Francia”, fueron las palabras de éste. De los actuales no tiene opinión. Poco se puede decir del hecho de que a Hollande no le gusten las alcachofas. En el caso de Sarkozy se sabe que prefería las recetas italianas de su amada Carla al menú de palacio donde, por cierto, llegó a prohibir el fromage (¿hay algo más francés que el queso?). Además, lo suyo siempre fue más el bling-bling que la sencillez. ¿Lo sería también sus platos?