La más reina de todas las reinas de Oriente regresa definitivamente a la escena pública tras una temporada de semi retiro. Y lo hace sumando un nuevo premio en su imparable tarea de mejorar el mundo. Catorce años después de subir al trono, Rania de Jordania aún conserva la magia con la que ha seducido a miles de herejes.
“¡Caramba!”, dijo el rey Abdalá II de Jordania la primera vez que vio a Rania, en una fiesta en 1993. Lo contó en su autobiografía Nuestra última oportunidad y viene a ser lo mismo que pensamos todo aquellos que la descubrimos en su entronización en junio de 1999 con aquel caftán dorado de pedrería y la impresionante corona con la que ceñíó un soberbio moño. Aquel día, sus ojos oscuros y rasgados cautivaron a multitud de gente, convirtiéndose ya no es simples fanses sino en fieles conversos.
El embrujo de Rania de Jordania, pero, va más allá de la primera impresión. Catorce años después de su llegada al trono es un referente dentro y fuera de las monarquías. “Es, sin duda alguna, una de las mujeres más influyentes en el mundo de la moda y la mejor embajadora de las mujeres del mundo árabe”, sentencian las reputadas expertas en imagen españolas Ana Iriberri y Sara Largo.
Una opinión avalada por The Atlantic Council, uno de los think tanks apolíticos más importantes del mundo y que este año ha otorgado su Global Citizen Award a la reina consorte de los jordanos por su liderazgo a la hora de solucionar desafíos globales.
El premio – concedido hace unos días – ha estado acompañado de su reciente aparición en la recepción anual de la Global Education First Initiative, un acto promovido por Naciones Unidas, donde participa, entre otros, como miembro del panel asesor del Programa Mundial de Desarrollo para después de 2015. Asimismo, también se ha dejado ver en la ceremonia de los Clinton Global Citizen Awards. Tres apariciones seguidas en septiembre que, si bien antes era lo habitual, en los últimos tiempos escaseaban. Y es que la soberana ha pasado una temporada semi retirada tras el estallido de la Primavera Árabe a finales de 2010.
Durante su ausencia, otras – en concreto, la anterior jequesa de Qatar, Moza bint Nasser – han tratado de arrebatarle el título de Consorte más bella del mundo, título que le otorgó la revista Harpers and Queen en 2011. Pero ni con esas. Rania mantiene su reinado y eso que la dama catarí no desmerece ningún punto, ya no sólo por sus turbantes y sus pómulos, sino porque ella también lucha por un mundo mejor.
“Rania ha venido a sustituir, en lo que a glamour monárquico se refiere, el vacío que se produjo con el fallecimiento de Grace Kelly, siendo un referente constante en elegancia y compostura”, opinan las consultoras, fundadoras de la reconocida web Tu asesor de Imagen (www.tuasesordeimagen.es).
Tampoco pasaría nada si perdiese el título. Rania siempre podrá presumir de ser la primera soberana árabe en construir un puente entre Oriente y Occidente al mostrarle al mundo cómo son las mujeres de los reinos de Mahoma: mujeres defensoras de su identidad pero con una vena de solidaridad que cruza fronteras. Rania es capaz de aunar lo mejor de ambas culturas en su persona”, dicen Iriberri y Largo a Vanidades.
La esposa de Abdalá ya era una mujer preparada cuando subió al trono. Tiene un diploma en Empresariales por la Universidad Americana del Cairo y trabajó para Citibank y Apple en Amán (capital de Jordania). Pero en estos años de reinado ha aprendido a manejarse en dos mundos, a diferentes niveles.
Rania es capaz de navegar en un yate con Bono y al mismo tiempo encabezar proyectos humanitarios con el vocalista de U2 siendo el ámbito de la educación su apuesta personal. Es presidenta de honor de la United Nations Girls’ Education Initiative y encabeza diversos proyectos, algunos de ellos creados antes de convertirse en monarca consorte.
Más ejemplos: “Es admirable su capacidad para adaptar las tendencias de moda a su cultura, mostrando cómo lucir un escote palabra de honor cubriéndose los hombros y cómo domina el uso y las longitudes de las faldas”, analizan las asesoras.
Y sí, Rania disfruta posando para Mario Testino, pero para ella “el cuento de hadas no es el glamour ni el palacio, sino la posibilidad de llevar mejoras a mi pueblo y a quienes me rodean”, explicó a la edición española de Vanity Fair hace un lustro.
La periodista que condujo aquella entrevista, la veterana corresponsal Ángela Rodicio, confesó entonces que lo que más le impresionó “fue el equipo que la rodeaba: mujeres jóvenes, modernas y jordanas. Cada una se ocupa de un área… Tuve la sensación de estar en una gran empresa en la que el ‘producto’ a la venta se llama ‘monarquía’”.
No duda en acudir a Oprah – como buena plataforma social que es – para desmontar las ideas equivocadas sobre el Islam y ha visto en las tecnologías un modo de acercar culturas. Fue de las primeras celebs en usar Twitter (@QueenRania), con casi tres millones de seguidores y en cuyo perfil se define como “una mamá y una esposa con un trabajo diario muy cool”. Tiene su propio canal en Youtube para debatir sobre el mundo árabe, y, por supuesto, mantiene actualizada su web www.queenrania.jo.
Y todo esto mostrando “una personalidad cercana, agradable y muy positiva”, opinan Iriberri y Largo. Así que con este currículum no es raro que Forbes la situara en 2011 en el puesto 53 de su lista anual de las mujeres más poderosas del mundo, y que las expertas en imagen digan de ella que es “probablemente una de los personalidades públicas más queridas, admiradas y respetadas en ambas culturas”.
Pero no todos los dátiles son dulces en el reino de los hachemitas. Cuando se produjeron las revoluciones sociales de los países árabes, Jordania – con una población de poco más de seis millones de habitantes censados – tuvo un conato de estallido, pese a que se trata de una autocracia más moderada que sus vecinas. Aquella ola fue aprovechada para hablar de las cosas que les disgustaban de su reina, quien, al igual que el resto de mortales, no es perfecta.
Las tribus jordanas la acusaron de beneficiar a su familia en la asignación de terrenos de pastoreo, una denuncia que los medios locales comparten. Y tampoco les gustó que convirtiera su 40 cumpleaños (en 2010) en unos fastos de varios días en el desierto. Al pueblo tampoco le entusiasma que sea defensora de la cirugía. Es evidente que se ha sometido a una rinoplastia, y las diferencias en su mentón y labios indican posibles infiltraciones. Por último, en un país todavía bastante machista, no gusta que una mujer sea tan influyente en el gobierno y luzca una imagen tan occidental.
En un ejercicio de inteligencia y sensibilidad hacia su pueblo, Rania decidió rectificar. “Cometer un error o no hacer algo perfecto es sólo el reflejo de que somos humanos”, había dicho un par de años antes a la revista. Así que cambió sus queridos Guccis y Pradas por caftanes y dejó de prodigarse en las alfombras rojas de la realeza europea para centrarse, aun más, en los problemas de su país.
Habrán sido tiempos difíciles, pero ella suele aprovechar los desafíos para ganar en resistencia. Le ocurrió, ha dicho, cuando a los veinte años ella y su familia tuvieron que huir de Kuwait tras la invasión de Irak. De origen palestino, los Al Yassin (su apellido familiar) volvieron a convertirse en refugiados, perdiendo su casa y todos los recuerdos personales.
Cuando surgieron las críticas también hubo quien le sugirió a Abdalá el divorcio, pero el rey siempre ha estado al lado de su amada desde el día que le preparó una cena japonesa, invitándola antes con una caja de bombones belgas. “Cuento con mi marido para todo (…) a él puedo acudir siempre que necesito consejo”, dijo ella en aquella entrevista.
La pareja tiene cuatro hijos, dos chicos y dos chicas, de edades comprendidas entre los 19 y los ocho años. Cuando se casaron, al mismo año de conocerse, su destino quedaba muy lejos. Abdalá era el primogénito del rey Hussein pero entonces el heredero era el hermano del difunto monarca. Fue en su lecho muerte, en febrero de 1999, cuando Hussein cambió de opinión y designó a su hijo para sorpresa de todos.
La familia, dice, es lo primero para ella. Es consciente de que los niños “necesitan cariño, atenciones y sentirse seguros” pero también los mima un poco con caprichillos como volar hasta España para disfrutar de un partido del Barça en directo.
Dentro de palacio las cosas tampoco han sido fáciles en la última década. En 2004 Abdalá rompió el deseo de su padre de nombrar heredero a su hermanastro Hamzah (hijo de Hussein y de Noor), siendo su primogénito el actual beneficiario de los derechos dinásticos. Aquello abrió una brecha con Noor, tal y como Abdalá ha reconocido, pues años antes le había prometido a la reina viuda que respetaría los deseos del querido Hussein.
Por otra parte la sombra de Noor, la otra gran reina jordana, ha sido alargada. Ella, como consorte occidental en un país árabe, había puesto el listón muy alto. Pero Rania ha sabido aprovechar su condición de mujer árabe para crear una imagen nueva de la consorte. Y aunque siempre se habla de rivalidad entre las dos, ellas sólo dan señal de respeto mutuo. Una muestra más de la inteligencia, el saber estar y la elegancia de Rania. Tres atributos que juegan a su favor.
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