Los secretos del Sha

Belleza / Moda y belleza

El sitio responsable de la eterna juventud de la jequesa de Catar y de la recuperación de John Galliano no está en Suiza o los Estados Unidos sino en un pequeño rincón del este de España: el Sha Wellness Clinic. CARAS traspasa sus puertas y habla con su fundador sobre su transformadora experiencia personal.

El camino para llegar al Sha Wellness Clinic no es fácil. Tras cruzar el pequeño pueblo turístico del Albir, repleto de restaurantes de todas las nacionalidades y locales de ocio, uno debe adentrarse por una carretera cuesta arriba, no siempre bien asfaltada, llena de curvas, en medio de un bosque de pinos mediterráneos y segundas residencias. Para alguien de fuera, puede ser difícil encontrarlo a la primera. Pero ya casi encima de la colina, levantamos la vista y ahí está: podría confundirse con la mansión de algunos de los muchísimos extranjeros que han elegido este enclave para vivir todo el año. Pero no, detrás de este imponente edificio blanco de varias plantas superpuestas está la verdadera unión entre Oriente y Occidente.

Definir qué es el Sha Wellness Clinic también es complicado: ¿Es un hotel, un spa, una clínica, un centro de desintoxicación? Ellos lo definen como una experiencia transformadora de vida. Nosotros, como un lugar para recuperar la salud y ganar belleza a partir de la macrobiótica, las terapias naturales, los tratamientos estéticos no invasivos y una de las medicina anti-envejecimiento más avanzadas. Abierto desde 2008 se puede decir que es un centro pionero.

Y lujoso. Y muy exclusivo. Su archivo sería un tesoro para los medios: la jequesa de Catar, John Galliano, Barbra Streisand, Donna Karan, Kylie Minogue, Naomi Campbell, Alejandro Sanz y un larguísimo etcétera. Por supuesto no pueden confirmar nombres pero algo dejan caer: “La semana pasada estaban representados seis estados a través de sus familias reales además de importantes empresarios y famosos de diferentes países. Hay días que nosotros mismos nos conmovemos”, nos cuenta don Alfredo Bataller, su alma mater. Preguntamos si en el momento de nuestra visita hay alguno. “Sólo princesas árabes”, nos dice la persona que nos guía durante el recorrido por sus instalaciones. Lástima, porque cruzarse con un famoso hubiera sido muy fácil ya que, a excepción de las mujeres musulmanas que solicitan no toparse con ningún hombre por el camino – para lo cual se les programa una ruta – el espacio es comunitario y perfectamente podríamos haber visto a Galliano – que pasó las Navidades – desayunando en albornoz en el restaurante Shamadi si hubiera sido el caso.

En el propio Shamadi nos recibe don Alfredo, un hombre de 66 años que ligeramente nos recuerda al diseñador Valentino y desprende un aura de serenidad. Su apellido es valenciano pero él nació en Argentina, a donde sus abuelos emigraron. Empezamos hablando de cómo, viviendo en San Juan, la familia prefería conducir cinco horas de coche para bañarse en las playas chilenas a recorrer los 1.600 km que los separaban de las aguas patrias. En Chile están “los mejores recuerdos de mis vacaciones”.

En 1990 se trasladó a España con su esposa y tres hijos arrastrando problemas digestivos desde su juventud. En 2002 se agudizaron con un diagnóstico preocupante. “Recurrí a un médico con gran reconocimiento en el poder curativo de los alimentos y en pocas semanas encontré solución para mi enfermedad”. El milagro se llamaba macrobiótica y el remedio, eliminar las carnes rojas.

Aplicó el experimento en algunos familiares y debido al éxito sufrió una especie de revelación: “Qué bueno sería poder compartirlo”, dice con su todavía acento argentino. Decidió levantar un centro que reuniese la excelencia en materia macrobiótica. Bataller se dedicaba entonces a construir y vender casas y en el Albir tenía un chalet de vacaciones junto a un solar edificable de gran potencial. “Era la época del boom inmobiliario y era muy tentador hacer un proyecto para vender pero yo me resistía porque me parecía el paraíso”. Y con un romanticismo poco habitual en un promotor inmobiliario decidió que ese sería el lugar. “Mirando el atardecer con mi esposa, uno a veces se siente desmerecedor de un privilegio semejante y dices: yo he tenido la suerte de poder disfrutar de esto pero sería más bonito poder compartirlo”.

En aquella época el maestro japonés Michio Kushi, considerado el padre de la macrobiótica moderna, estaba de gira por Europa, y allá que el primogénito de Bataller fue para hablarle del proyecto. “Me encantaría participar”, le dijo el entonces presidente de la Asociación Mundial de Medicina Natural. “Toda la vida he pensado en hacer algo así pero no he tenido los medios”. Un mes después, él y su esposa visitaron las obras a cargo del arquitecto uruguayo Carlos Gilardi. A la esposa, experta en Feng Shui, le encantó la energía del lugar.

Normal. El Sha – palabra que en japonés significa luminosidad; en árabe, nobleza; y en hindú, exhalar aire – está en un lugar privilegiado: en una pequeña bahía frente al Parque Natural de la Sierra Helada con un clima descrito por la Organización Mundial de la Salud como uno de los mejores del mundo. Desde su piscina Infinity, situada en la última planta, uno pude divisar la salida del sol desde Altea, la puesta desde Benidorm y la majestuosidad de las montañas.

Kushi apadrinó el proyecto “ayudándonos a montar el equipo de consultores macrobióticos” y Bataller consiguió que nombres como el de la princesa Beatriz de Orleans – madre del heredero legítimo de la inexistente corona francesa y personaje conocido en España por ser entonces la embajadora de Christian Dior en la península ibérica – se convirtiera en su Relaciones Públicas.

Poco a poco fueron creando un complejo de 27.000 metros cuadrados de construcción y 15.000 de jardines. Cuenta con 93 suites de cuatro tamaños diferentes: desde 90 metros a 320. Tiene servicio de peluquería y tiendas donde se pueden comprar joyas, ropa deportiva, cosméticos y productos ecológicos. Aparte del restaurante –pensado para los huéspedes pero abierto al público bajo reserva – también dispone de un huerto, una sala de arte, pista de pádel, mini golf y una capilla donde celebran misas dos veces al mes. Ah, y para los que no quieran recorrer el tortuoso camino – si bien se encargan de recoger al cliente en los aeropuertos de Valencia o Alicante – el centro dispone de su propio helipuerto.

El milagro de Sha ocurre en dos áreas: Oriente, donde está situada la zona wellness, y Occidente, la clínica. Esto se traduce en gimnasios y salas de yoga – con áreas privadas – y ochenta cabinas de tratamientos y consultas.

Sus programas sirven para detoxificarse, adelgazar, dejar de fumar, solucionar trastornos de sueño, estrés e incluso prevenir problemas de envejecimiento cerebral. Con toda una combinación de terapias: shiatsu, acupuntura-láser, moxibustión o el resultado de sus propias investigaciones con células madre, por citar algunas. “Todo lo que hacemos en el Sha tiene muchísimo fundamento científico. Coincide plenamente con los mejores estudios de las mejores universidades del mundo”, asegura Bataller. Su equipo médico cuenta con discípulos del propio Kushi – que falleció a finales de diciembre – y otros especialistas como psicólogos y psiquiatras. La lista de premios es larga.

Por cierto, aunque los médicos confecciona un programa individual adecuado, existe la figura de una gestora que ayuda a confeccionar una agenda para la estancia. Si tienes un rato libre los lunes, puedes apuntarte, por ejemplo, a un curso de cocina macrobiótica.

Con el blanco y negro como colores omnipresentes, todo está reluciente y lleno de flores frescas. Allí trabajan más de 250 profesionales procedentes de 35 nacionalidades, lo que significa “dos trabajadores por huésped, más del doble que en los establecimientos más lujosos de Europa”, detalla don Alfredo. Esto, obvio, tiene un precio. El programa más caro es el de rejuvenecimiento integral. Consta de dos fases separadas por tres meses pero, en total, uno debe pagar por él 11.950 euros. Los que requieren de una a dos semanas de estancia – lo habitual – se sitúan entre los dos mil y cuatro mil euros. Y luego hay tratamientos puntuales que pueden costar solamente 150 como la sesión de cincuenta minutos en la que aplican ventosas para eliminar toxinas o relajar la musculatura.

¿Transformar tu vida en el Sha es caro o barato? Depende de cómo se mire. “En los hospitales convencionales los tratamientos son caros pero la gente lo desembolsa a la lo largo de su vida pagando impuestos y al sistema de Seguridad Social (caso de España). Aquí las personas tienen que hacerlo en el momento”. Además, “aquí les damos todos los conocimientos posibles para que se los lleven. Con tres mil euros uno puede ver cambiada su salud para toda su vida”. Y recuerda: “La OMS alienta a los estados a que promuevan terapias naturales que demuestran ser más eficaces y muchísimo menos costosas que las convencionales, pero los estados hacen oídos sordos». Como antiguo promotor sospecha el motivo: «Tal vez sea más rentable construir monstruos de hospitales y tener presupuestos de medicamentos multimillonarios”.

Lo cierto es que entre cinco mil y seis mil personas están dispuestas a dejar esas cantidades de dinero cada año. La clientela proviene sobre todo de Europa, Rusia, los países exsoviéticos y los árabes, donde el boca a boca es su mejor marketing. Hay huéspedes que llegan para dos semanas y se quedan cuatro meses. De cada tres clientes, uno repite. Hay un hombre que tiene incluso una habitación asignada dada su frecuencia y la falta de aviso por antelación. El record lo tiene una mujer australiana que ha estado más de treinta veces.

Aun así el proyecto fue deficitario los primeros tres años. “Perdimos más de nueve millones de euros”, nos confiesa don Alfredo. Su filosofía de negocio es diferente. Sus mantras son: “Sale más beneficiado el que viene al Sha que el propio Sha, sin lugar a dudas”, o “no fue hecho como un modelo de éxito económico sino con el afán de ayudar a difundir técnicas beneficiosas” o “no hacemos esto para vender pastillas”. De todos modos, en los últimos años los números son negros. “Gracias a Dios, porque si no el proyecto tendría que morir”, reconoce. Con este cash han doblado las instalaciones clínicas pero no las suites porque, siguiendo con su filosofía, “siempre pensamos en dar lo mejor pero no en hacer más caja”.

Terminamos la charla dando el último sorbo al té kukicha. Le pido que nos dé un argumento para que nuestros lectores crucen el océano y se dejen tal cantidad de dinero. Él prefiere plantear una incógnita: “¿Qué hay en el Sha que personas super importantes y famosas vuelen miles de kilómetros? ¿Por qué lo hacen y por qué repiten? Ahí está el secreto. Que vengan a descubrirlo”.

(Despieces no publicados)

¿Y QUÉ ES LA MACROBIÓTICA?

“La macrobiótica no es una dieta, es un estilo de vida basada en el principio de que hay dos energías que tienen influencia en todos los fenómenos vivos: el cielo y la tierra, el ying y el yang”, nos explica Teresa Mizon, consultora macrobiótica del Sha. De lo que se trata es de mantener un equilibrio entre esas dos energías a través de los alimentos, por nuestro bien y el del medio ambiente.

Su base son los granos de cereales, que no las harinas refinadas – por mucho que sean integrales – pues sólo los granos equilibran los niveles de azúcar. También son importantes las verduras. ¿En qué se diferencia de un vegetariano? “La filosofía. Las galletas de chocolate industriales pueden ser vegetarianas pero no son macrobióticas”. Aquí son tabú términos como procesado o aditivos. Tampoco toman huevos, leche animal o sus derivados para evitar el azúcar de la lactosa y los inconvenientes que la caseína puede causar en el estómago, el órgano más importante para los macros. “Si funciona bien, los demás funcionarán mejor”. Priorizan las verduras cocinadas sobre las ensaladas crudas y sus fuentes de proteínas provienen de las legumbres.

Teresa, una antigua periodista portuguesa reconvertida a experta en nutrición es enérgica y de risa contagiosa pero al mismo tiempo comparte la misma serenidad que don Alfredo. ¿Tendrá algo que ver la comida? ¿Cuánto influye en nuestras emociones y comportamiento? “Todo. Nuestro cuerpo físico está conectado a nuestro cuerpo emocional. La carne, por ejemplo, le crea mucha tensión al cuerpo y provoca actitudes más violentas”. La hipoglucemia, la diabetes de tipo II, el colesterol, la tensión elevada, los problemas de tiroides, las úlceras y las migrañas salen perdiendo con una dieta macrobiótica, enumera.

Las algas son muy importantes, lo que nos lleva a la pregunta ¿se puede ser macrobiótico sin comer mijo, tofu, tempeh o algas wakame? “Claro que sí. La macrobiótica está enfocada para adaptarse a nuestro entorno, pero si podemos añadir, por ejemplo, miso, que tiene propiedades muy buenas para el intestino, pues mejor”. Vale, pues entonces que no dé unas pautas para intentarlo. Apunten: “Sustituir el arroz blanco por el integral, carne por pescado, introducir legumbres, algas, evitar la fruta después de comer, el agua durante las comidas, las patatas y demasiado tomate”.

No son radicales. “Con la vida moderna es imposible seguirla al cien por cien”, dice Teresa. Además, “a veces uno sabe lo que es malo pero la tentación…”, reconoce don Alfredo. “Lo importante es que predomine el cuidarse. Tampoco se puede vivir obsesionado”. Le preguntamos si echa de menos los asados argentinos. “Yo era de hacerlos todos los domingos”, recuerda. “Ahora si un día me invitan y me sirven carne, la como, pero a desgana”. Sólo por la energía que conserva a su edad “vale la pena intentarlo”.

EL DÍA QUE COMIMOS LO MISMO QUE LA JEQUESA DE CATAR

Bueno, puede que los mismo no porque Juan Blasco, chef del restaurante Shamadi, cambia el menú a diario. Pero por lo menos comemos en el mismo sitio donde ha estado ella. Aquí se puede desayunar y comer en albornoz, pero a la hora de cenar el dress code debe ser casual. Y los horarios son estrictos. Casa uno tiene asignado un menú en una mesa a una hora concreta, si bien puede pedir que le pongan en compañía de alguien específico o en la mesa grande destinada a conocer gente. Cerca de un piano de cola transparente, el servicial camarero nos ofrece los tres menús del día, que se personalizan para cada paciente según la indicación del médico. Nosotros podemos elegir. El primero es el más severo. Está compuesto por dos entrantes: humus de garbanzos con verduras al dente y ensalada de algas. Luego está el plato principal: trigo sarraceno con verduras, salsa de shiitake y nishime de daikon. El segundo menú es parecido pero incluye un postre en la comida. Nos quedamos con el último, el Sha, que aparte de incluir postre en la cena, permite elegir el plato principal. Así que al final tomamos de entrante un escabeche templado de mejillones con juliana de verduras, setas y algas. Ácido pero sorprendente y rico. De segundo nos decantamos por el tataki de atún sobre un risotto de calabaza, chips de naranja y aceite de avellana y vainilla. Simplemente delicioso. Y con el postre ya nos conquistan: crème brulé con espuma de canela, tuil de chocolate y boniato. Sí, se puede hacer alta cocina macrobiótica y vale la pena probarlo. Por cierto, salimos de allí más relajados.

Ver artículo publicado en PDF