«Mi padre es Salvador Dalí»

Personajes

Así de rotundo lo afirma Pilar Abel, una española a quien los tribunales acaban de darle el primer respaldo a su reclamación. CARAS la visita para que nos cuente su vida. Una historia llena de misterios que ni si siquiera ella, clarividente de profesión, puede descifrar.

Pilar Abel ya había superado los cincuenta años el día que se puso detrás de su septuagenaria madre, Antonia Martínez – que en ese momento estaba delante de un espejo – y le preguntó: “Mamá, ¿es verdad que mi padre es Dalí?”. Su madre se quedó mirando el cristal. Entonces Pilar añadió: “Mira que era feo, ¿eh?”. Antonia respondió: “Tenía su encanto pero no voy a echar piedras sobre mi tumba”.

La conversación podría tildarse de surrealista, como casi todo lo que rodea la vida y leyenda de Salvador Dalí, pero esta cierta frivolidad por parte de Pilar se debe a que la noticia no era nueva para ella. De hecho lo supo a los ocho años, un día que, andando con su abuela paterna por las calles de Figueres (un municipio de Cataluña cercano a Francia), vieron una imagen del artista – nacido en dicha localidad – y la mujer le dijo: “Ése es tu padre”. Pilar se echó a llorar. Eso significaba que Juan Abel, el hombre al que consideraba su progenitor no lo era. Y tampoco su querida yaya – como llamaba la abuela. “Fue muy fuerte”, nos dice en el despacho de su abogado, Francesc Bueno, en Banyoles (otra localidad catalana) donde discurrió la primera parte de la entrevista con CARAS, a mediados de abril. La segunda, al día siguiente, fue en la cercana ciudad de Girona, donde vive desde hace más de veinticinco años.

La niña, sin embargo, no le preguntó a su madre por el tema. A malas penas tenían relación. Sus padres trabajaban muchas horas fuera de casa y el ambiente familiar era malo. La yaya Concepción fue quien la crió. Desde que madre e hija lo hablaron, allá en 2007, tampoco ha podido recabar información. “Es muy reservada, lo ha sido siempre”, nos cuenta sobre su progenitora. Con los años comprende porqué: “Lo ha pasado muy mal”.

Antonia tenía 16 años cuando se trasladó al costero y turístico pueblo de Cadaqués para trabajar cuidando familias. La última casa donde sirvió estaba en la cala de Portlligat, donde Dalí y su esposa, Gala, se habían afincado. De hecho, dicha familia trataba mucho al pintor, que por entonces todavía no actuaba de forma tan extravagante. Aquella proximidad propició un affaire en 1955. Ella tenía 25 años, la mitad que él. La relación terminó cuando se quedó embarazada, según nos cuenta Pilar y según ha declarado ante notario una mujer que cuidó a Antonia ya de mayor y a quien también confesó su pecado de juventud.

Tras saber que estaba encinta, huyó a Figueres argumentando que sufría “subidas y bajadas de tensión”. Eran los tiempos de Franco y la Iglesia marcaba las pautas. Una madre soltera no estaba bien visto. Antonia consiguió reanudar la relación con Juan Abel,  un antiguo novio. Cuando nació Pilar, el 1 de febrero de 1956, la pareja ya se había casado y él se convirtió en el padre oficial de la criatura. El matrimonio, que tuvo dos hijos más, fue un desastre: “Nunca hubo cariño”, recuerda. “Y ahora entiendo el silencio: su marido era muy dictador”.

Tras la muerte de Abel, “mi madre ha descansado, las cosas como son”, nos dice esta mujer de habla franca y rotunda que pide perdón cada vez que blasfemia. Pero ahora es demasiado tarde para hablar de su pasado. “Tiene 86 años y sufre lagunas mentales”. Lo único que ha recopilado son las frases que su madre le suelta de vez en cuando. Como la vez que fue a visitarla y ésta le reprendió: “Haber subido más deprisa, tu padre acaba de salir en televisión”. O detalles como que el genio era “una persona encantadora y que ayudaba a mucha gente pese a su carácter”.

Una de las preguntas que más le hacen los medios que han relatado su historia es si Dalí supo de su existencia. “No lo sé”, admite. Cuando Pilar tenía 16 años solían coincidir en el Astoria, un ateneo de Figueres  – el pintor, que había vivido en Madrid y Nueva York, nunca se desligó de sus raíces. “Lo miraba, me miraba, estábamos todo el rato igual”. ¿Nunca se atrevió a decirle nada? “Sí que se me pudo pasar por la cabeza, pero piensas ‘qué’. Imagínate que yo le pregunto y que me diga… yo que sé… es muy difícil”.

Ya de adulta siempre ha sentido interés por acercarse a él. “Era mi padre”, “la sangre que te corre”. Pero no era el momento. “No he tenido una vida de rosas”. A la falta de cariño paterno, de niña se sintió desplazada entre sus hermanos – “ahora entiendo por qué” – y se le reveló el “don de la videncia”. Era la “rara” de la familia aunque hoy ella misma se define como “pintoresca” y “un poco bruja”. Se casó a los 19 años para huir de casa, su matrimonio también fue “difícil” y se divorció casi dos décadas después con cuatro hijas a cuesta. Se mudó a Girona para empezar de cero pero estaba desamparada. “Si no dispones de medios económicos y estás mal, ¿cómo vas a contratar a abogados? No podía”.

No movió ficha hasta el año 2006. Entonces trabajaba en una panadería y, a resultas de una conversación sobre pintura, le contó a un compañero de trabajo quien era su padre biológico. Éste hombre, Joan Escolar, y la propietaria del local, Mireya Oliveras, decidieron ayudarla a averiguar si realmente era su hija. A esas alturas todavía no le había preguntado a su madre.

A partir de aquí la historia se vuelve daliana. Una serie de conductas misteriosas y una cierta ingenuidad por parte de Pilar – “¿he confiado demasiado en la gente?” se pregunta ahora – la llevaron a vivir un proceso surrealista, y nunca mejor dicho.

Conseguir pruebas de las pruebas

En aquellos días el trío se enteró de que iba a celebrarse una exposición de Robert Descharnes – biógrafo, representante legal y fotógrafo de Dalí – en Cadaqués. Pilar consiguió contactar con él a través de la Fundación Gala-Salvador Dalí pero ahí cometió el primer error: aprovechando que el francés de Joan era mejor, dejó que él y Mireya se convirtieran en los intermediarios. “Ellos lo llevaban todo”, nos dice mientras sus pulseras tintinean todo el rato sobre la mesa del buffet.

Mientras esperaban la respuesta de Descharnes vía email, una amiga de las dos mujeres les hizo saber que alguien quería entregarle a Pilar un trozo de la supuesta máscara de yeso que tres forenses intentaron hacerle al pintor tras su muerte. No la finalizaron pero el molde contenía cabellos y restos de piel. La fuente no quería identificarse y mandó la pieza a través de un mensajero.

Con aquella prueba Mireya se ofreció a pagarle los análisis para cotejar la filiación. El procedimiento fue extraño: Pilar se sacó los cabellos y la saliva en su casa y su jefa lo envió a un laboratorio de San Sebastián de los Reyes (Madrid). Según ésta, el centro determinó que faltaba una uña del padre para confirmar los datos. Pilar quería ver la respuesta por escrito pero, según le contó Mireya, no le dieron ningún documento. Pilar tampoco pudo reclamar el papel porque sus muestras iban a nombre de la jefa. Las de la máscara, por cierto, a nombre de Juan Abel – en lugar de Salvador Dalí – “para no levantar revuelo”, le dijo Mireya a Pilar para convencerla.

Paralelamente la fuente anónima de la máscara también quería muestras de ADN de Pilar y Antonia. Por entonces tampoco había hablado con su madre, que estaba en una residencia de Figueres. Con la excusa de que le faltaban unos dientes, fingieron que iban a hacerle una prótesis dental para así conseguir muestras de su boca. Todo fue grabado por Robert Bellsolà, el marido de Mireya. “Ahora lo pienso y digo ‘ostras’”, reflexiona Pilar sobre la escena. “Es eso de que quieres y no quieres pero al final te dejas hacer”. Su jefa le entregó las muestras a otro mensajero pero tampoco obtuvieron resultado. “Mireya me contó que le dijeron que no valía la pena”.

 A todo esto Descharnes contesta y manifiesta que algo sabe de una hija ilegítima. Él también le pide muestras de ADN para cotejarlas con las de una sonda gástrica que se utilizó en una de las últimas hospitalizaciones de Dalí y que el galo tiene controlada. En un principio Pilar iba a mandarlas por correo pero finalmente le piden que vaya a París para que las tome un médico de la confianza de Descharnes, el doctor estadounidense Michael Rieders.

Estamos en diciembre de 2007. Pilar ya le ha hecho la pregunta a su madre y ésta la apoya en el proceso. “Tira para adelante”, le ha dicho en alguna ocasión. Y la defiende, como la vez que su hermano – “muy reacio a este tema” – le dijo a Antonia: “Tú hija se ha vuelto loca”. “Mi hija sabe muy bien lo que se hace”, respondió ésta. La única pega de la madre era que Pilar se reuniese con Descharnes. “Es como si le tuviera miedo”, nos dice con su penetrante y expresiva mirada. De hecho, sospecha si acaso la huida de Antonia de Cadaqués fue a causa de un chantaje de Gala y el francés. La hoy anciana, por cierto, detesta a la musa oficial del pintor. “A mi madre no le puedo hablar de la Gala, no, no, no”, repite en nuestras conversaciones. A Pilar tampoco le gusta este controvertido personaje. “Él era un genio, pero ella lo trataba  como un títere (…) lo tenía sometido”, opina.

Al final viaja a París. Ahora es el hijo de Robert, Nicolas Descharnes, quien lleva las riendas. El médico y otra científica le toman las muestras y “un centenar de fotos” en el despacho familiar. Pilar acude junto a Joan (el panadero), la jefa, el marido de ésta y su cámara de vídeo, cosa que disgusta a Nicolas. Éste obliga a Pilar a firmar un documento según el cual no se puede publicar nada de lo ocurrido allí sin su consentimiento ni el de la implicada. En otro momento Nicolas y el doctor se llevan a Pilar a una habitación y – con el medio francés de una y el medio castellano del otro – el primero insiste en que “no firme nada, que no me fíe de la gente que llevo al lado y que ningún abogado me va ayudar”.

Pilar no le hace caso. Aparte de seguir confiando en Joan y Mireya, tiempo después contacta con una abogada, cosa que molesta a sus compañeros. Encima el panadero la obliga a firmar un papel en el que Pilar accede a darles un 2% de cualquier beneficio que obtenga en caso de ser reconocida como hija de Dalí. Firmó pero, tras recapacitar, rompió su copia. “No estoy de acuerdo en daros nada que ni siquiera tengo yo”, argumentó. Cuando expiró su contrato, Mireya no la renovó pero Pilar dejó que Joan la ayudase con los emails hasta 2011.

Ésta es la peor etapa para Pilar pues a ello hay que sumar que los Descharnes tampoco le dan los resultados de las pruebas de ADN. En 2010 Nicolas le dice en un email que el test es negativo y que si quiere reclamar, que acuda a los tribunales españoles. Pilar no se conforma con un email, quiere ver el resultado en papel. No lo consigue. Se lo reclama al doctor Rieders, que jamás contesta la petición. Recientemente el diario The New York Times – que también se ha hecho eco del tema – se ha puesto en contacto con el doctor y éste les ha dicho que las pruebas no eran concluyentes.

Pero “¿por qué nadie me ensaña los resultados? ¿Por qué se me niega a ver el no si es un no?”, repite desesperadamente en los dos días que conversamos. “Da que pensar”, interviene Francesc. Y aquí hacemos un inciso: la herencia de Salvador Dalí. El estado español es el heredero universal, pero de confirmarse la filiación, Pilar tendría derecho al 25%. De cara a calcular esta parte habría que sumar – según  nos explica el abogado – los legados y derechos de autor que mantienen los Descharnes, un tema con el que los galos ya están enfrentados en España a través de la Fundación Gala-Salvador Dalí, encargada de gestionar la herencia.Francia, por tanto, tiene mucho que perder con el tema, de modo que “podría ser que haya una parte que puede estar a favor o en contra de que el tema prospere”, opina Francesc.

¿Y por qué Mireya no pide una copia del test de Madrid?, ¿por qué el panadero no le cede a Pilar el dossier con todos los emails intercambiados con los Descharnes? o ¿por qué Bellsolà no le entrega la cinta de video? “Podría haber personas que estén respondiendo a los intereses ocultos de la parte francesa”, deja caer el letrado. En otras palabras, ¿podría ser que los Descharnes hubieran comprado el silencio de éstos?

“Ya no sé qué pensar (…) veo buitres por todas partes”, sonríe Pilar de manera sarcástica, un gesto habitual en ella, al igual que mirar hacia arriba o tocar las medallas que le cuelgan del cuello. Sus emociones se contradicen por momentos. La experiencia “me ha hecho más valiente, lo que pasa es que tengo momentos de debilidad”, nos cuenta con los ojos vidriosos al cabo de unos minutos. No será la única vez que se derrumbe ante nosotros. “Son muchos años de tensión”.

Francesc es el causante de su renovada fortaleza. Tras pasar por dos abogados que “me marearon como una perdiz”, dio con él de modo también surrealista. Un desconocido que la reconoció por la calle – Pilar es popular en su ciudad por este tema y por un antiguo programa de clarividencia en la televisión local – le quiso presentar a Albert Solà, otro vecino de la zona aún más famoso: el presunto hijo del rey Juan Carlos, que también reclama la filiación. Tras conocerse, éste le recomendó a su letrado: Francesc Bueno, que a sus 34 años se ha atrevido con dos causas de tamaña envergadura (aunque la de Albert, por ahora, no ha prosperado).

Bueno consiguió una copia del dossier del panadero – CARAS ha tenido acceso a ver dichos documentos – y con dichas pruebas presentó una demanda de paternidad contra el estado español en marzo. “Es un abogado excelente, sé que ganará”, afirma Pilar.

El anhelo de una hija

Hoy, a sus 59 años, con cuatro nietos y dedicada a echar las cartas de la baraja española, “voy hasta el final”. Más que la herencia – “a mí esto me preocupa y no me preocupa” – lo que busca es “saber quién soy, saber la verdad”. Y, de paso, “hacer feliz a mi madre”, “ahora que se está moviendo este asunto la siento más animada”. De reconocerse la paternidad, “tengo cosas que hablar con mi padre delante de su tumba”.

Se enteró de la muerte del artista – en 1989 – mientras iba por la calle. ‘Se ha muerto el pintor’, escuchó. “Me quedé paralizada”. No acudió a su funeral ni ha visitado su cripta en el  Teatro-Museo Dalí, en Figueres. Una vez lo intentó pero se cayó antes de entrar, a la segunda cruzó la puerta pero se quedó sin voz y ya no se atrevió a andar.

Le traumatiza la imagen de Dalí en una camilla y entubado tras quedar herido en un incendio en el castillo de Púbol, donde está enterrada Gala, que falleció siete años antes. CARAS entrevistó hace dos años al doctor Manuel Subirana, el neurólogo que trató al pintor a principios de la década de los ochenta. A Pilar se le parte el corazón cuando le contamos el diagnóstico que le hizo el médico: depresión profunda, trastorno de conducta y síntomas parkinsonianos, esto último debido a una medicación incorrecta. “Eso es lo que no le puedo perdonar a mi madre, porque si ella hubiera hablado, a lo mejor él no se hubiera quedado sólo porque quizás yo me habría lanzado. Siendo más joven, con más ánimo…”.

Cuando realizamos la entrevista, confiaba en que la demanda sería admitida a trámite en los próximos días. Primero porque hacía un mes que la habían presentado y segundo porque tenía la intuición. El día 16, un día después de nuestro último encuentro, un juzgado de Madrid la aceptó, si bien esperó hasta el 21 para notificarlo. El estado español tiene desde esa fecha veinte días hábiles para contestar la demanda. Si no lo hace, se reconocerá la paternidad automáticamente. Si lo hace, se utilizará el trozo de máscara – que sólo Pilar sabe dónde guarda – para comparar el ADN. Si no es suficiente, se exhumarán los restos del artista. También cabe la posibilidad de que lleguen a un acuerdo extrajudicial.

Al cierre de esta edición, la fundación prefiere mantener silencio, nos dicen desde su oficina de prensa. Pilar habló una vez con ellos y, según nos cuenta, le dijeron que de comprobarse que era su hija, la ayudarían. Lógico pues podría ser la manera de recuperar los bienes en Francia.

Llamamos a Pilar para saber cómo se encuentra tras admitirse la demanda. “Tranquila, rara (…) después de tanto tiempo esperando (…) se ha hecho todo lo que se podía”. Ella, por cierto, ve un pacto.

DESPIECES

PARECIDOS PADRE E HIJA

– Arte: “Siempre he tenido una fijación hacia la pintura. La siento. Y me pasa como a él: cuando me pongo, no sé ni lo que pinto”. Su nieta de 10 años también pinta “como si nada”.

– Esoterismo: “Dalí era esotérico a tope. Él pintó sus propias cartas. Y las fiestas que hacía en Portlligat, todo era esoterismo. Gala también era parasicóloga”.

– Físico: ‘Tienes la cara de tu padre’, le han dicho más de una vez.

– Problemas familiares: “Dalí no se llevaba bien con su padre ni yo con los míos”.

– Sufrimiento: “Mi padre, mi madre y yo tenemos el mismo karma: nos han hecho sufrir mucho”.

– Soledad: “Los Dalí estamos sentenciados a estar solos. Aunque tenía esposa, estaba solo y terminó solo”. Pilar no tiene pareja.

(NO PUBLICADO)

A DALÍ LE GUSTAN LAS MUJERES

Mucho se ha hablado de la presunta homosexualidad del artista. El doctor Manuel Subirana contó a CARAS hace dos años que Dalí y Lorca estaban enamorados pero que el pintor nunca consumió la relación con él ni con ningún otro hombre. “Quizás era bisexual”, defiende Pilar, que nos narra una anécdota que le contaron de Dalí espiando a un chica que no llevaba ropa interior debajo de la falda. “Así que tan gay no era”.

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