Las bailarinas de Les Ballets Trokadero de Monte Carlo son diferentes al resto. Utilizan zapatillas de raso de la talla 47 y lucen torsos peludos. El motivo se debe a que todos los miembros del ballet son masculinos. Ahora bien, que nadie se confunda. Estos hombres ejecutan piruetas con la misma perfección que lo haría la más delicada de las bailarinas rusas. CARAS ha estado con ellos de gira y ha sido testigo de su gran éxito entre el público.
“¿Te importa que me afeite mientras hablamos?”, me pregunta el bailarín Fernando Medina en su camerino del Teatro Arriaga, en Bilbao, una hora antes de que empiece el espectáculo. “Como comprenderás, es fundamental ir afeitado”. Ni que lo diga. Esta noche interpreta a la princesa Odette – mítica figura del ballet clásico a la que un malvado mago convirtió en cisne – y no quedaría bien que esta bella dama luciera una barba de dos días.
Lo de parecerse a una mujer, sin embargo, sólo es de cuello para arriba. No importa si sus brazos son peludos o si sus piernas son demasiado masculinas. “No queremos engañar al público haciéndole creer que somos bailarinas”, explica Tory Dobrin, director artístico de la compañía. Pero sí que el público vea que los hombres son capaces de representar a cisnes, princesas, hadas y demás roles femeninos.
“No fingimos ser mujeres que hacen de cisnes. Simplemente representamos a los cisnes como se hace habitualmente, es decir, con tutú y en puntas”, añade Fernando.
Que los hombres interpretasen todos los roles fue una de las motivaciones que llevó a un grupo de bailarines de Nueva York a crear Les Ballet Trokadero de Monte Carlo en 1974. El otro objetivo era parodiar las obras y las coreografías del ballet clásico; reírse del dramatismo de El lago de los Cisnes, exagerar los rasgos de las angustiadas damas victorianas, poner en evidencia el divismo de las primas ballerinas; hacer comedia.
Incluso el nombre de la compañía es una parodia. En una época en la que el ballet ruso dictaba las normas y los bailarines norteamericanos cambiaban sus nombres, la compañía adoptó el nombre de un club de Nueva York y añadió Monte Carlo a modo de burla. “La idea era pasárselo bien. Jamás pensaron que llegarían tan lejos”, dice Dobrin, quien llegó a la compañía como bailarín en los años 80.
Parodia no es sinónimo de burla. Al contrario, el espectáculo “viene del amor que le tienen al ballet clásico. No hay que olvidar que son bailarines de clásico antes que nada”, matiza la directora asociada, Isabel Martínez.
Fernando es capaz de convertirse en una bailarina en media hora. Ello incluye maquillaje y cabello. Le gusta cuidar todos los detalles. Él mismo se encarga de hacerle un moño a su peluca una vez puesta. Así queda más real, asegura. “Al principio no sabía hacerlo; la primera vez un compañero me ayudó y yo miré por el espejo”.
El bailarín, de origen español y uno de los más veteranos de la compañía, todavía recuerda lo mal que lo pasó la primera vez que tuvo que salir al escenario caracterizado de mujer. “Las pestañas postizas pesaban mucho y me hacían sombra; no podía ver bien con ellas. Y el corsé me apretaba un montón, pero no había otro porque era el de la persona a la que tenía que sustituir”, recuerda ahora con humor.
El resto se consigue con los gestos. “Con poner los brazos en las misma posición en que lo haría una bailarina, ya estás indicando que ese gesto es femenino”, explica el colombiano Giovanni Ravelo.
Un gesto fundamental para interpretar a cisnes y princesas, es, sin duda, bailar con los pies en puntas, una sufrida técnica reservada solo para las mujeres en el ballet tradicional. Giovanni a punto estuvo de decir que no cuando un amigo le animó a presentarse a una prueba para bailar en el Trokadero. “‘Es una locura’ ¿Cómo se te ocurre?’, le dije”. Pero lo probó, le gustó y “a las pocas semanas ya estaba de puntas, sangrando mucho”.
Enseñarse cuesta y duele horrores, confiesa Fernando, pero es un reto que también les aporta mucho. “Fortalece los tobillos y ayuda a tener equilibrio”, opina Ravelo. Pero no sólo a nivel físico. “Si volviera al baile tradicional, podría ayudar más a la bailarina, porque ahora entiendo su técnica mejor”, piensa Raffaele Morra, otro de los integrantes de la compañía.
Los Troks, como son popularmente conocidos, gustan. El día de su estreno, el teatro Arriaga está a rebosar. Gente de todas las edades, paisanos y turistas se ríen cuando un grupo de corpulentos cisnes entra al escenario y uno de ellos cae con la torpeza con que lo haría un patito feo. Su interpretación es tan perfecta que confunden al espectador. “Parece una chica de lo guapa que es. Bueno, de lo guapo que es…”, dice una confusa señora entre el público.
Pero aunque en el escenario todo sean gags y risas, detrás de las cortinas trabajan con la misma seriedad que el resto de las compañías. En el ensayo general, los bailarines, ataviados con chándal o mallas, siguen con rigurosidad las indicaciones del director. En los camerinos sorprende, tratándose de una compañía humorística, el silencio que reina mientras se pintan los labios.
Todos los bailarines, 14 en la actualidad, proceden del ballet tradicional. Convertirse en Trocks fue una tabla de salvación para muchos de ellos. Como en el caso de Giovanni, quien tras formar parte durante siete años de la Compañía Nacional de su país y pasar por Cuba y Estados Unidos, se cansó del ballet tradicional. “Me aburría”, dice. “Si no llego a conocerlos, hubiera dejado de bailar”.
Formar parte de esta compañía también tiene otras ventajas. “Yo tengo 38 años, ya no debería estar sobre los escenarios”, cuenta Fernado. “Además, por mis condiciones físicas – soy bajito – no hubiera podido hacer muchas cosas y aquí sí que puedo”.
Hacer ‘muchas cosas’ es precisamente lo que más valoran. En esta compañía, a diferencia de lo que sucede en las tradicionales, no hay primer bailarín ni los papeles están asignados a la misma persona. “Aquí puedo hacer un día un solo, otro día un dúo, otro día encabezar la obra…”, explica el español. “Con ellos puedo florecer como bailarín”.
Poner a todos en el mismo escalón también evita que surjan rivalidades y conflictos, opina Giovanni, lo cual se agradece teniendo en cuenta que la compañía se pasa todo el año dando la vuelta al mundo, obligándoles a estar todo el tiempo juntos.
Tras pasar por Bilbao, les espera Budapest y siete semanas en Japón, un país en el que los Trocks se han convertido en un fenómeno nacional.
Su gran éxito entre el público les impide conocer la palabra crisis. Su agenda está completa hasta mediados de 2012. Gracias a ello gozan de una independencia económica que raramente se ve en una compañía de baile. El contrapunto, claro, es lo cansado que puede resultar ir de continente en continente arrastrando la maleta. “Los jóvenes lo llevan mejor”, confiesa Fernando entre risas.
Les Ballet Trokadero de Monte Carlo iniciaron su andadura en el Off-Off-Broadway, es decir, cuando los principales espectáculos y los que seguían luego ya habían terminado. A esas horas al público le costó digerir su espectáculo. Su suerte cambió un año más tarde tras ser fotografiados por Richard Avedon para un reportaje en el Vogue USA. Desde entonces se han paseado por casi todas la capitales del mundo, han recibido multitud de premios y llenan el patio de butacas de los grandes teatros de ópera.
El ballet cierra la primera de sus tres funciones en la ciudad del Guggenheim con ‘Majísismas’, una pieza de Raffaelle Morra con reminiscencias goyescas y taurinas en la que no parodian nada. Simplemente bailan. La puesta en escena, la vibrante música y la precisión de sus piruetas provocan que el público rompa en aplausos. El director artístico, camuflado entre el público, toma notas a oscuras de lo que pasa en el escenario.
Para disfrutar de este espectáculo no es necesario que el público entienda de baile. “A quien le gusta el ballet le gusta Trokadero, y a quien no le gusta el baile, aún le gusta más Trokadero”, asegura Dobrin. Lo tiene comprobado. “Cuando ves a una pareja de 60 años, ves que el marido acude por obligación. Pero al final de la función, te das cuentas de que le ha gustado más que a su esposa”, cuenta el director al día siguiente en el hotel donde se aloja la compañía.
El futuro de Trokadero pasa por no cambiar. Por mantener su esencia. Por añadir, a lo sumo, nuevas interpretaciones. Para los Troks, en cambio, su paso por el ballet puede abrirles las puertas a la interpretación cuando cuelguen las zapatillas de raso. Aquí han adquirido tablas.
Mientras llega ese día, intentan disfrutar del momento. Tras el estreno, ya vestidos de calle, se reúnen en la puerta trasera del teatro. A las 22.30 horas toca buscar un lugar para cenar donde quepa todo el grupo. Los famosos pintxos vascos no serán suficientes. A los Trocks no les basta cualquier cosa, dice Iliana López, una de las profesoras de baile de la compañía. “Ellos, a diferencia de las bailarinas, no se alimentan sólo de lechuga”.