Buckingham S.A. La empresa

Monarquía británica

En el siglo XXI ya no existen los cuentos de hadas. Los príncipes se casan presionados por la suegra y las princesas plebeyas tienen que trabajar en La Empresa. Es el caso de William y Kate. A los futuros herederos de la casa Windsor les espera además una misión de alto riesgo: salvar el futuro de la monarquía británica y de paso levantar la moral del pueblo. ¿Estarán a la altura de reto? Sí, dicen los expertos, aunque la varita mágica de los Relaciones Públicas siempre ayuda. Su enlace, del que Buckingham ya ha sacado tajada, ha sido la prueba.

Si uno se fija en las fechas de boda de los últimos herederos de la Corona Británica, observará que se han celebrado en periodos muy difíciles para el pueblo. La reina Isabel II se casó con Felipe de Edimburgo en 1947, justo en plena post-guerra y con las arcas públicas totalmente vacías. Su primogénito, Carlos, se casó con Diana en 1981, el año en el que cientos de miles de parados recorrieron el país para pedir trabajo. El futuro heredero, William, anunció su compromiso con Kate Middleton tan sólo unos meses después de que el gobierno aprobara duros recortes sociales para contener la sangría de números rojos. La pregunta, por tanto, es obvia: ¿casualidad o premeditación? Según los rumores, premeditado pues William habría querido casarse en 2013 pero la reina le habría sugerido adelantarlo a este año para dar la vuelta a la crisis. Sin embargo, todos los expertos consultados por CARAS opinan que se trata de una simple coincidencia. Como mucho, la fecha estaría más relacionada con la celebración de las Olimpiadas en 2012 y los 60 años de la coronación de Isabel II, nos dice el afamado comentarista real Richard Fitzwilliams.

Y entonces, ¿por qué ahora? Pues eso habría que preguntárselo a la madre de Kate y a la flamante esposa. “El príncipe no tenía prisa para casarse porque sabía que en el momento en que lo hiciera se convertiría en un miembro de pleno derecho de la Familia Real, obligado a cumplir con sus deberes públicos, mientras que él prefería continuar viviendo de incógnito en Gales trabajando como piloto de helicóptero”, nos cuenta el prestigioso escritor y experto real Christopher Wilson. “Todo apunta a que los argumentos de Kate y su madre, Carole, le hicieron cambiar de opinión. A Kate le preocupaba el aumento de críticas por no tener trabajo, y a Carole le preocupaba que Kate retrasase formar una familia. Así que al final fueron Carole y Kate quienes convencieron a William de que era el momento adecuado”.

La situación de Kate, en verdad, era delicada. Con William sirviendo en la RAF hasta 2013, esperar a esa fecha hubiera significado ocho años en el limbo desde que terminase la universidad. Ahora, independientemente de donde esté su marido, ya tiene las espaldas cubiertas. También es cierto, recuerda el experto en monarquía del periódico The Guardian, Stephen Bates, que William siempre ha manifestado su deseo de casarse alrededor de los 30 años (cumple 29 en junio).

Puede que el enlace no tenga nada que ver con la crisis, pero en lo que sí están de acuerdo nuestros expertos es en el hecho de que un evento de esta categoría siempre ayuda. Las bodas reales permiten a la gente evadirse de sus problemas aunque sea un instante, levantan el espíritu nacional de los ciudadanos – como ocurrió en las dos anteriores veces – y aportan un referente de estabilidad en tiempos convulsos. Pero, sobre todo, suponen una inyección de dinero para el Estado.  La British Tourist Authority estima decenas de millones de libras gracias a las visitas recibidas y al aumento de las ventas de los souvenirs. A la cifra habrá que restarle los 20 millones de libras que han pagado los contribuyentes en concepto de seguridad, aunque el saldo no importa pues al final todos salen ganando, según el asesor en comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí: “Si transformamos el valor económico en valor de marca, veremos que se trata de un gasto – o mejor dicho, de una inversión – con una tasa de retorno extraordinaria en forma de peso político, turismo o visibilidad”.

En este caso, el anuncio de la boda también ha servido para revitalizar el interés por la pareja. “Había un ligero aburrimiento por parte del público más joven, que después de ochos ya está acostumbrado a William y Kate. La emoción por esta relación estaba empezando a desaparecer”, opina Wilson.

A todo esto hay que sumar los usos que Buckingham ha hecho del evento. Por ejemplo, modernizar la relación entre la monarquía y los ciudadanos con la utilización de las redes sociales y construir la imagen pública de Kate y la del futuro heredero, observa Rubí. “El príncipe es el nuevo candidato [dentro de la Corona] y, a falta de programa electoral, su estilo de vida, sus relaciones y sus acentos en determinados temas marcarán la oferta institucional”. ¿Y quién se encarga de crear esas marcas? “Todas las Casas Reales contratan a los mejores especialistas en RRPP para cuidar su puesta en escena. Las monarquías hablan poco pero se les ve muchísimo. Su imagen son sus palabras”, explica este experto.

Llegados a este punto cabe preguntarse entonces si Buckingham ha utilizado la boda para mejorar su maltrecha imagen en las últimas décadas. Pues tampoco, dicen los expertos, aunque reconocen que un enlace real siempre supone un espaldarazo para cualquier monarquía. De hecho, el casamiento de Carlos y Diana disparó la popularidad de los Windsor a niveles no vistos en casi medio siglo.

¿Y servirá la boda para reconciliar al pueblo con la realeza? Aquí las opiniones difieren. Están los que dudan que una boda pueda tapar todas las cosas negativas que han sucedido en estos últimos 30 años. Luego están los que opinan que sí: “La Reina ha sabido aguantar el tempo hasta conseguir un heredero aceptable para la opinión pública. La joven pareja está consiguiendo establecer un puente entre la tradición y la modernidad, y los británicos volverán a sentirse orgullosos de su Rey”, afirma Rubí. Por último están los que piensan que no hay ningún plato que arreglar: “Después de los desastres de los 90, la Familia Real se encuentra en la cresta de la ola”, opina Fitzwilliams. “William y Kate son muy populares. Él tiene encanto, la buena apariencia de Diana, es tímido y devoto de su madre. Su abuela es un ejemplo de cómo un monarca debe gobernar – devoción al deber y al servicio – y el trabajo de su padre en las ONG es increíble”. Su teoría la avala el hecho de que siete de cada diez ciudadanos están conformes con mantener la monarquía, según una encuesta del Daily Mail. Un resultado que viene siendo el mismo desde hace casi una década.

Hablando de encuestas, desde hace veinte años éstas también muestran que los británicos prefieren que la Corona pase directamente a William cuando Isabell II fallezca. El conocido periodista y autor Bob Greene afirma en EEUU que Carlos no tiene muchas opciones de reinar ya que es demasiado mayor para tomar las riendas de su país y porque el pueblo quiere más a su hijo, pero nuestros expertos discrepan. “Abdicar no está en el ADN de la Familia Real, que ya tuvo una mala experiencia en 1936, por lo que la Reina seguirá gobernando mientras sea capaz y a continuación lo hará Carlos”, dice Stephen Bates. “Eso vino cuando todo el drama de Lady Di. La gente pensaba que Carlos no estaba capacitado por todo el drama de su adulterio. Pero ese es el riego de las monarquías. Si el heredero es un incapaz, un bobo o un inmoral, no por eso van a saltarse al padre. Las monarquías no son selectivas, son hereditarias vía primogenitura”, contaba recientemente el periodista español Jaime Peñafiel en una entrevista con CARAS. A ello hay que decir también que William todavía no le apetece asumir tamaño papel.

De todos modos, la corona tampoco queda tan lejos. Teniendo en cuenta que a sus 85 años la reina parece que todavía tiene aguante y que Carlos ya tiene 62, el reinado del príncipe de Gales no podrá ser tan longevo como el de su madre.

Puesto de trabajo

La boda puede que no haya sido un objetivo para Buckingham, pero al matrimonio ya le han asignado una misión de la que no puede escapar: asegurar el futuro de la monarquía, con el añadido de crear una nueva imagen para la casa Windsor capaz de borrar los periodos más horribilis de la familia.

“Deberán aportar argumentos convincentes de que hay necesidad de que exista la monarquía. Un reto bastante difícil”, opina Wilson, autor de The Windsor Knot,  el best-seller más completo sobre el triángulo Diana-Carlos-Camilla. Para ello, “deberán repensar afondo el papel de la Institución en el siglo XXI, en donde ya nada se conserva en base a los privilegios sino a la reputación”, añade Rubí.

Como cualquier consorte real femenina, la función de la esposa de un futuro heredero es apoyar a su marido y dar continuidad dinástica. Pero la futura princesa de Gales también tiene una tarea concreta: encontrar su estilo. Algunas voces opinan que la Casa Real pretende recuperar, a través de Kate, la cercanía que aportaba Diana. Otras, en cambio, piensan que debería copiar ese aura de misterio y distanciamiento que tan bien ha funcionado en la soberana. Ni lo uno ni lo otro opina Rubí: “Deberá encontrar un camino propio. Quizás la normalidad, la naturalidad y la sobriedad puedan ser la señal de identidad de una princesa que sabe de dónde viene y a quién representa”. Además, según este experto, la cotidianeidad de Kate es su mejor activo para contribuir a la estabilidad y tranquilidad que las monarquías necesitan.

Dickie Arbiter, antiguo secretario de la reina, piensa lo mismo: “Ella tiene su propia identidad, su manera de hacer las cosas, de acercarse a la gente. No debemos compararla con las anteriores”.

En realidad, ambos deberán encontrar la horma de sus zapatos. Sus personalidades juegan a favor, dicen los expertos, quienes describen a Kate como una chica cariñosa, sensata, equilibrada y convencional, mientras que William es leal, trabajador y un tipo con los pies en la tierra que no hace distinciones de clase. Además, tiene a Kate. “El príncipe reconoció en las  cualidades de ella las que le faltaban a él. Una de sus debilidades es su tendencia a apartarse del centro de atención – una mala noticia para un futuro Rey – pero Kate le ha ayudado a superar esto y su aversión arraigada hacia los paparazzi. Él sabe que juntos son un equipo ganador”, explica Wilson. Charlie Beckett, analista de la London School of Economics va más allá: “Estoy seguro de que se aman profundamente, pero ellos son casi como dos  ejecutivos exitosos que han decidido formar una sociedad. Saben que les espera una carrera muy interesante y bajo presión, pero fabulosamente bien pagada”, ha dicho estos días a los medios ingleses.

Por ahora la pareja vivirá en una granja en la remota isla galesa de Anglesey, donde él servirá a la RAF hasta 2013. Pero si bien ella sólo será la mujer de un oficial durante los primeros años, la pareja también empezará a asumir, poco a poco, sus tareas reales, siempre con el cuidado de no eclipsar al actual heredero.

Por otra parte, no hay que olvidar que Buckingham actúa como una sociedad debido a su volumen de ingresos (unos 500 millones de libras al año) y su capacidad para venderse al público – de aquí su apodo La Empresa -. Eso significa que todos sus miembros deben aportar su granito de arena; y quien no lo haga, fuera, explicaba el biógrafo de Diana, Andrew Morton, a la revista Vanity Fair hace unos meses. El príncipe Andrés, por ejemplo, es el Embajador de Comercio e Inversión del Reino Unido, mientras que la esposa de Eduardo, Sophie, fue apartada tras ser acusada de aprovecharse de su posición para beneficiar a su propia empresa.

A la Reina le gusta Kate, dicen los expertos. Pero según Morton, no ve con buenos ojos que su nueva nuera haya supeditado toda su carrera a William. Eso le otorga poca personalidad dentro de Buckingham, de modo que – dice el escritor – o se busca pronto un trabajo dentro de La Empresa o ellos le asignarán un cargo, le guste o no. “Si no muestra su personalidad se la comerán viva”, afirmó a la revista.

Visto lo visto, ¿podría la maquinaria de palacio llagar a tumbar a la joven como pasó con Diana? Es poco probable, dicen los expertos. A diferencia de la difunta princesa, Kate es más mayor, conoce más a su marido y sabe cómo funciona el mundo. Además, “la familia real y sus asesores son más consciente ahora que con Diana de que una novia real necesita protección” dice Fitzwilliams. Incluso los medios británicos están siendo más cuidadosos con la esposa del príncipe, reconoce el periodista Stephen Bates. ¿Y al contrario, puede ella comerse a la monarquía? Tampoco. La prensa ingleses no creen que la futura heredera adopte el aura de las princesas europeas y eclipse a su marido. Vamos, que no se convertirá en la nueva Letizia.

Algunas voces la han tachado a ella y a su madre de calculadoras. El biógrafo Robert Lacy ha dicho que Kate tenía previsto estudiar en la universidad de Edimburgo pero que cambió de pensar tras saber que William iría a Sant Andrews. “Es indignante que sugieran que fue una campaña planificada por su madre”, defiende Arbiter. “Simplemente sucedió que Catherine – como ella prefiere que se la llame – fue a la misma universidad, se conocieron e hicieron migas”.

Pese a los souvenirs de mil y una formas, las ventas masivas de imitaciones del vestido azul de pedida y la publicidad de Internet, la expectación por la boda no ha sido tanta – al menos en casa – como en 1981. Quizás porque Guillermo todavía no es el heredero y ello quita rigidez al acto; quizás porque el pueblo ya los tiene muy vistos; quizás porque los ciudadanos británicos se han dado cuenta de que las bodas de ensueño no lo son todo; o quizás por en la época de las celebrities, la boda de un príncipe ya no es el evento del siglo. “El entusiasmo y la emoción de hace 30 años se ha desgastado. La gente de fuera parece mucho más interesada que nosotros. Aquí ha habido bastante indiferencia, excepto porque ha habido dos fines de semana largos (el de Pascua y el de la boda)”, dice Bates.

Tampoco ha habido excesivas críticas por los gastos en un momento en que los súbditos deben apretarse el cinturón. Quizás porque la pareja no es partidaria de grandes faustos reales. Ojo, eso no significa que el pueblo esté de vuelta de todo. Los medios ingleses creen que un nuevo divorcio sería devastador y por tanto este matrimonio debe funcionar sí o sí. Será quizás cuestión de tiempo que los ciudadanos se animen, sobre todo cuando se den cuenta del auténtico papel que, según Rubí, representa Kate: “Será amada porque sin ella la Monarquía se despeñaba. Una plebeya – el pueblo – la ha salvado. Es una historia de amor al revés. El Príncipe se casa con el pueblo, y el pueblo salva a su Rey”.

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DESPIECE NO PUBLICADO:

MÁS DISGUSTOS QUE ALEGRÍAS

Jorge IV y la Reina Madre: Se casaron el 26 de abril de 1923. Ella se había resistido al enlace por miedo a no encajar en la Familia Real. Como hermano pequeño de Eduardo VIII, su destino no era reinar, pero tras la abdicación de éste, la corona pasó a ellos.

– Eduardo VIII y Wallis Simpson: Se casaron el 3 de junio de 1937, seis meses después de que abdicara ante la negativa de su familia y el gobierno de aceptar a una divorciada entre sus filas. La decisión supuso un trauma nacional. Eduardo tuvo que marcharse del Reino Unido, donde nunca más volvió a ser bien recibido.

Isabel II y Felipe de Mountbatten: La soberana se casó el 20 de noviembre de 1947. El hoy Duque de Edimburgo no contaba con la aprobación de la familia de ella. Su enlace supuso una bocanada de aire fresco en una población (y monarquía) asfixiada por la post-guerra. Tras la boda, el duque se ha hecho famoso por su antipatía ante los medios y sus salidas de tono públicas.

Margarita y Anthony Armstrong-Jones: La hermana de Isabell II se casó con el fotógrafo el 6 de mayo de 1960 tras tener que renunciar a su verdadero amor, el capitán Peter Townsend, porque estaba divorciado. Al final fue ella la que se divorció – la primera de la familia – acaparando las portadas de los medios debido a los escándalos matrimoniales.

Ana y Mark Phillips: La única hija de Isabell II se casó el 14 de noviembre de 1973. Se divorció en 1992, el mismo año en que se casó con su segundo marido, Timothy James Lawrence.

– Carlos y Diana: Se casaron el 29 de julio de 1981. La suya fue la boda del siglo pero su matrimonio sólo duró una década. Él estaba enamorado de Camilla Parker-Bowles, con quien mantenía una relación en la sombra; Diana terminó sufriendo anorexia y refugiándose en brazos ajenos. El matrimonio proporcionó los niveles más altos de popularidad de la casa Windsor, pero su divorcio, uno de los más escandalosos de la historia, supuso una herida de muerte para la monarquía. Desde entonces Carlos ha perdido el voto del pueblo, que prefiere que su primogénito suceda a su abuela.

Andrés y Sarah Fergurson: Contrajeron matrimonio el 23 de julio de 1986. Seis años después se separaron tras conocerse las infidelidades de ella. La foto de un hombre chupándole un pie la alejó definitivamente de los favores de palacio aunque conservó la amistad con su ex marido. Los ‘felices divorciados’ continúan ocupando páginas debido a los problemas financieros de ella y las amistades peligrosas de él (amigos acusados de pederastia, relaciones polémicas con mandatarios de poca popularidad, su afición por las modelos, etc).

Eduardo y Sophie Rhys-Jones: El hijo pequeño de Isabel II se casó el 19 de junio de 1999. Esta nuera de fue la cara fresca de la monarquía hasta que se descubrió que se había aprovechado de su posición para beneficiar a su empresa de Relaciones Públicas. Tuvo que abandonar su trabajo y La Empresa la apartó.

Carlos y Camilla: Los viejos amantes por fin pudieron formalizar la relación el 9 de abril de 2005. Pero con un triángulo amoroso a cuestas, la filtración de conversaciones sensacionalistas – como aquella en la que el heredero le decía a su amada por teléfono que deseaba ser su tampón, y el fantasma de la difunta Diana a la sombra, la boda tuvo un perfil bajo y la reina no acudió a la ceremonia. Durante el oficio, la infame pareja pidió perdón por su pasado y hoy empiezan a ser aceptados.