Después de varios años de desmadre y algún que otro escándalo de vestuario (o mejor dicho, debido a su falta), la escandalizada aristocracia inglesa exige que endurezcan el dress code del hipódromo más famoso del mundo, al menos por donde pise la Reina. Eso sí, los sombreros estrambóticos se quedan.
Todos los años, a mediados de junio, el hipódromo de Ascot (muy cerca del palacio de Windsor) celebra el Royal Ascot, la mejor carrera de purasangres del mundo presidida por la reina Isabel II. Pero allí lo que menos importa son los caballos (excepto para la soberana, que pone a correr a algunos de los suyos). Ascot es la fiesta de todas las fiestas de la aristocracia inglesa, a la que tanto le gusta reunirse en eventos deportivos.
Durante cinco días se abren 60.000 botellas de champaña y se consumen dos mil quilos de langosta entre los 300.000 visitantes que acuden de media. Allí acude todo aquel que es alguien (aristocráticamente hablando) o aspira a serlo. Desde el octavo duque de algún condado inglés a Corinna, la asesora especial del rey Juan Carlos. Y luego, claro, está el desfile de sombreros, auténtico motivo por el que es célebre en todo el mundo.
En los últimos años, pero, la cita se ha popularizado por motivos económicos y con ello, oh my God, la etiqueta se ha relajado. Ahora las damas lucen tocados (que no sombreros o pamelas), las minifaldas son demasiado mini, los escotes demasiado pronunciados y alguna que otra acude sin ropa interior mostrando sus posaderas tras una ráfaga de viento. Nada que ver con el impoluto heritage inglés.
La aristocracia, cómo no, está escandalizada. “Cada vez recibimos más cartas de gente diciendo: ‘Ascot es especial, por favor vigilad el dress code’”, ha manifestado Nick Smith, un portavoz de las organización. “Nuestros clientes quieren que sea un evento formal y no uno donde te vistas como si fueras a un club”.
No es extraño. El Royal Ascot es toda una institución nacional con 301 años de trayectoria. El evento fue creado por una antepasada de la Reina, que llega en carroza y reúne a todo el rancio abolengo británico. Es una celebración para, parafraseando al príncipe Carlos: “oler las rosas, escuchar los cascos de los caballos y saborear fresas con nata a la hora del té”.
Así que este año la junta directiva ha endurecido la etiqueta en el Royal Enclosure, el recinto de la tribuna destinado a la Reina y sus invitados. La medida más sonada, los sombreros. Obligados tanto en hombres como mujeres, en los últimos tiempos, muchas han optado por un tocado, ahora tan de moda gracias a Kate Middleton. Aunque, claro, una cosa es llevar un pequeño detalle con plumas, y otra, colocarte un pelícano, como hicieron algunas el año pasado. Y ya, el colmo del colmo: un hombre luciendo un pato en la cabeza para compartir la diversión con las damas.
Así que en la edición celebrada la penúltima semana de junio, los sombreros femeninos debían tener una base mínima de 10 centímetros de diámetro, fuera cual fuera su decoración. Para los hombres, sombrero de copa gris o negro.
Más indicaciones: las faldas debían llegar, como mínimo, hasta encima de la rodilla. Los tirantes de los tops debían medir 2,5 centímetros. Los más finos, ni con un fular o una chaqueta encima. Los trajes de pantalón femeninos estaban permitidos – antiguamente no – pero las dos piezas debían ser del mismo color y material.
A ello hay que sumar las prohibiciones de los últimos años: no a los hombros al aire, a los cuellos halter, a los vestidos ajustados y a lucir el ombligo. En cuanto a la ropa interior, “definitivamente sí, pero no la muestren, ladies”. Sólo los británicos pueden poner una nota de humor al dress code…
“No es una cuestión de elitismo [pues vivimos] en un mundo donde cada vez se exigen menos etiquetas”, ha justificado Charles Barnett, el presidente de la junta. “Pero queremos ver vestidos modernos y estilosos sin salirse de los parámetros de la ropa formal”.
En la Tribuna de Admisión se permiten los tocados, las faldas cortas y los tirantes finos. Y en la Silver Ring, una zona separada y más informal, ni siquiera es preciso llevar traje. Ahora bien, que nadie se quite la camiseta si hace calor y nada de disfraces.
El desmadre empezó cuando Ascot – en manos de una sociedad anónima de responsabilidad limitada cuyos accionistas son cercanos a la Reina – abrió las puertas del Royal Enclosure en 2007. Lo hicieron para amortizar los 390 millones de dólares que costó la recién reforma del hipódromo. La obra – que ha empeorado las vistas desde este palco – recoló los restoranes en un lugar al que sólo se podía acceder atravesando esta exclusiva zona. De modo que para llenar los comedores no había más remedio que abrir el Recinto Real.
Hasta ese momento, uno sólo podía acceder a este palco con la autorización de la soberana. Cuenta la leyenda que las solicitudes se dividían en tres grupos: ‘Por supuesto’, ‘Quizás’ y ‘De ninguna manera’. De hecho, hasta 1955 las puertas estaban cerradas para los divorciados (menos mal que se cambió porque si no, la mitad de la Familia Real tendría que quedarse en casa).
Pero ahora, a partir de 530 libras (832 dólares), uno podía observar la carrera cerca de los Windsor y cenar la codiciada langosta. La Tribuna de Admisión General también se democratizó vendiéndose los tickets en el supermercado por 71 libras (111 dólares).
La apertura atrajo juventud, y la juventud lo convirtió en un festival con gente durmiendo la borrachera en el césped y algunos peleándose a botellazos (de Dom Pérignon) por alguna dama. “Ha pasado de ser el deporte de los reyes al deporte de los chavs (los nuevos ricos horteras ingleses)”, dijo un asistente al Evening Standard en 2007.
¿Solución? Volver a cerrar el Recinto Real. Ahora sólo pueden ingresar aquellos con invitación (para ello algún miembro con cuatro años de antigüedad debe apadrinarte primero). No se puede masticar chicle, hacer fotos ni entrar alcohol. La bebida propia está permitida en las zonas habilitadas para picnic pero “sólo una botella de vino o champaña por persona, o, cuatro botellas de cerveza, sidra u otro aperitivo”.
Las nuevas medidas han gustado a los habituales. “Hace unos años todo eran faldas cortas, bronceados falsos y extensiones. Ahora es más elegante”, explicó una joven a la BBC.
Para ello, un equipo de asistentes – los ‘policías de la moda’ – revisó a todos los visitantes a la entrada. Que el señor no lleva corbata, no problem, allí mismo podía comprar una. Todo un avance respecto a 2011, cuando apegaron etiquetas de color naranja en los atuendos inapropiados, una medida humillante para muchos, que no dudaron en pedir el reembolso de la entrada.
Aunque vistas las imágenes de este año, siempre hay quien se salta las reglas o las lleva al límite. Un tirante ancho a cambio de un poquito más de escote, o la joven que burló la vigilancia en la zona real con un minivestido. “Nadie me paró”, explicó a la BBC. Eso sí, “llevaba un vestido largo, por si acaso”. Tampoco faltaron el grupo de strippers que todos los años acude a la entrada para provocar a los miembros de seguridad y salir en los medios. “Lo hacemos por diversión”. Lo dicho, lo de menos son los caballos.