La debilidad de Ernesto

Otras monarquías / Principado de Mónaco

Ni el aire de los Alpes, ni la medicina hindú, ni el amor hacia su hija han conseguido que Ernesto de Hannover supere su adicción a la bebida. Tampoco la grave pancreatitis que sufrió en 2005. Seis años después, el todavía marido de Carolina de Mónaco vuelve a ingresar en un hospital por culpa de sus excesos. Nada indica que esta vez sea la definitiva.

Marcaban las doce y media de la noche del 26 de julio cuando Ernesto de Hannover (57 años) ingresaba en una clínica de Ibiza aquejado de fuertes dolores en la parte superior del abdomen. Un escritor y periodista local amigo suyo le ayudó a registrarse con un nombre falso. El jefe de la Casa Real de Hannover suele pasar desapercibido en la isla mediterránea pero esta vez convenía guardar el anonimato.

Tras su ingreso, y dado su historial médico, fue trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde pasó varias horas “doblado como un ovillo” a causa del dolor. A la espera de los resultados de las pruebas, los médicos se temían lo peor: una inflamación aguda del páncreas. La misma enfermedad que había sufrido en 2005, la cual si no se trata rápidamente, puede llegar a matar al paciente en cuestión de días. Por suerte, esta vez la dolencia no era tan grave. Tan sólo se trataba de una infección abdominal, causada, eso sí, por una ingesta excesiva de alcohol, lo que viene siendo habitual en Ernesto.

Su ingreso en el hospital ibicenco es su segundo toque de atención. Una vez más su cuerpo le pide que pare. La primera vez, hace seis años, la botella a punto estuvo de mandarlo a la tumba. Entonces tuvo que ser ingresado en el hospital Princesa Gracia de Mónaco mientras su suegro, el príncipe Rainiero, se encontraba en su lecho de muerte. Al día siguiente, Ernesto entró en coma profundo. Dos días después, el 6 de abril de 2005, Rainiero fallecía y Carolina lloraba la muerte de su padre con la sombra de la incertidumbre encima sobre si en los próximos días tendría que volver a colocarse la mantilla de luto. Salió del coma dos días más tarde.

Pero las llamadas de socorro de su cuerpo no sirven de nada. En Ibiza, un día después de su ingreso ya se encontraba mejor y los médicos los trasladaron a planta. Telefoneó a Carolina, de quien está separado, y a la hija de ambos, Alexandra (de doce años), para informarles. Madre e hija estaban en esos momentos de vacaciones en Capri y ese mismo día fueron vistas probándose zapatos en compañía de la hija mayor de la princesa. Que se sepa, ninguna de las dos viajó hasta las Islas Baleares, a escasas dos horas en avión desde la costa italiana.

Ernesto podría haber aprovechado para reflexionar, para hacer propósito de enmienda, pero le faltó tiempo para pedirles a sus amigos de juerga que le trajesen su portátil y tabaco. Las fotos de él, sentado en el balcón de su habitación, leyendo el periódico, con una vía de suero en una mano y con la otra llevándose el cigarro a la boca, chocan. La infección abdominal requiere, aparte de medicamentos, reposo; pero aburrido de ese encierro obligado, prefirió  trasladar su particular chill out a la clínica. Los días que pasó en planta fueron una sucesión de carcajadas, chistes, puros encendidos…  Tan a broma se tomó su ingreso que a otro periodista local le dijo: “Di que todo es un montaje y que no estoy enfermo, que en realidad estoy escribiendo una guía turística sobre los hospitales europeos”. Menos de una semana después, le daban el alta y Ernesto volvía a pasear por las playas pitiusas con su novia Simona.

Tampoco en 2005 consiguió superar su adicción. Aunque fue la vez que más lo intentó. Su paso por el hospital Gracia de Mónaco supuso un antes y un después. “La pancreatitis es lo más siniestro que puede sucederle a uno. No se lo desearía ni a mi peor enemigo”, dijo tiempo después. También estaban sus hijos, especialmente la pequeña Alexandra (Ernesto tiene dos varones mayores fruto de su primer matrimonio). “No puedo morir ahora, tengo que ver crecer a mi hija”. Tras salir del hospital, ingresó voluntariamente en una lujosa clínica de desintoxicación de los Alpes. Allí sufrió una transformación radical. Sustituyó el embriagador aroma del alcohol por el aire puro de la montaña, empezó a hacer ejercicio, acudió  a terapia, recurrió al Ayurveda – una milenaria filosofía hindú que utiliza la alimentación y las plantas para reequilibrar el cuerpo y la mente –  y se sometió periódicamente a sesiones de ayunoterapia, una técnica basada en la ingesta exclusivamente de zumos, caldos vegetales, infusiones o miel  para que el cuerpo elimine toxinas. Todo un cambio de vida y de filosofía que complementó con tratamientos anuales de mantenimiento en una clínica del Mar Báltico y que se tradujo en 20 kilos menos y un carácter más relajado y sonriente, incluso ante sus odiados fotógrafos.

“Mi problema es que no sé decir que no. Cuando alguien me llama y quiere que tome unas copas con él, lo hago”, dijo en una entrevista. “Tengo que aprender a hacerme menos habitual en esos ambientes. Entonces ya no me llamarán y viviré más tranquilo”. Lo consiguió durante unos años, pero tras su separación de Carolina en el verano de 2009, recuperó la soltería y con ella las amistades y las juergas.

No se sabe muy bien cuándo empezaron sus problemas con la bebida. Bisnieto del emperador Guillermo II, primo de la Reina Sofía de España, y emparentado con las casas de Dinamarca, Grecia y el Reino Unido, su vida pasó desapercibida para los medios hasta su matrimonio con Carolina. Se dice que fue un joven rebelde (a los quince años le retiraron el permiso para conducir motos tras provocar un accidente), que el suicidio de uno de sus hermano a finales de los 80’ le marcó profundamente (antes de quitarse la vida le pidió a Ernesto que se hiciese cargo de su hijo de nueve meses, cuya madre había fallecido. El príncipe perdió la custodia a favor de los abuelos  maternos y nunca ha superado ese fracaso). Sus amigos han dicho a tabloides británicos como el Daily Mail que su afición a levantar el codo se pronunció  con su entrada al palacio de Mónaco. La atención mediática que siempre arrastran los Grimaldi y el romance escandaloso con la primogénita de Rainiero (empezaron su relación cuando él todavía estaba casado con la rica suiza Chantal Hochuli) lo llevaron a la primera plana de los medios.  Algo “imposible de soportar”, dicen sus amigos.

De hecho, tras su boda con Carolina en enero de 1999, ha habido otros incidentes. Como su ingreso en un hospital alemán en el año 2000 tras sufrir una “indisposición” en una fiesta, o la más sonada: su ausencia en la ceremonia religiosa de la boda de Felipe y Letizia. Una gran resaca tras una noche sin límites en el bar del hotel Ritz de Madrid obligó a Carolina a cruzar la alfombra roja de la catedral de la Almudena sin acompañante, muy seria y unos pelos que evidenciaban que la discusión con su marido no le dejó tiempo para ir a la peluquería. Ya para el banquete estuvo más repuesto.

Aparte de humillar a su esposa y castigar su hígado, la bebida también ha afectado a su personalidad, convirtiéndole en una persona más iracunda, maleducada y agresiva. Sus amigos, lo definen como una persona “generosa, divertida y leal”, capaz de enviar un avión privado a Kenia para recoger a un niño enfermo y mandarlo a un hospital de Europa, pero reconocen también que le viene de familia ser “colérico” y que si pierde los estribos “estás muerto”. El Daily Mail, en un artículo titulado el ‘Monstruo de Mónaco’, lo comparó con un hooligan inglés la vez que visitó con unos amigos un restaurante fino de Londres y dieron la nota por su inhumana ingesta de alcohol y su lenguaje grosero.

Es famosa su afición a orinar en la pared de edificios, ya sea un hospital austríaco o el pabellón turco en la Exposición Universal de Hannover. No se lo ha pensado dos veces a la hora de lanzar amenazas e insultos a los periodistas que publicaron dichas fotografías o a los paparazzis que lo fotografiaron en una cacería en España. Y ha levantado la mano (y los pies) en más de una ocasión. Una patada a una fotógrafa durante el festival de Salzburgo de 1999, romperle la nariz a un cámara, y las agresiones más mediáticas: atacar con un paraguas a otro cámara, y darle una paliza en el año 2000 al dueño de una discoteca de Kenia, donde Ernesto tiene casa.

El ruido del local enfadó al príncipe y se personó delante del dueño para hacerle saber su malestar o algo más, pues le propinó una docena de golpes con una llave inglesa.  Según él y Carolina, que fue testigo de la agresión, sólo fueron un par de bofetadas – “una por la música y la otra por las luces” – pero su propio abogado reconoció que sostenía un objeto contundente, estaba “cegado por la ira” y “considerablemente alcoholizado”. Ernesto demandó al letrado y a varios testigos, y, con tal de limpiar su nombre, ha recurrido en varias ocasiones la multa y los ochos meses de libertad condicional que le cayeron en primera instancia. Pese a que el año pasado le rebajaron la cuantía, por ahora todavía no ha conseguido quedar del todo impune.

El alcohol estaría también detrás de la separación matrimonial, según contaron amigos comunes a la revista Vanity Fair el año pasado. La pareja jamás ha explicado los motivos de la ruptura. Es más, denunció a los medios que publicaron la separación acusándolos de mentir. Pero desde la celebración del cumpleaños de Alexandra en julio de 2009 no han vuelto a ser fotografiados juntos. Ese mismo verano Carolina y su hija abandonaron la residencia familiar, a las afueras de París, y se instalaron en Mónaco. Las fotos de Ernesto abrazado a una mujer marroquí en una playa de Tailandia durante las Navidades, o los rumores de una relación con la rica socialité europea, e intima amiga de ambos, Maryam Sachs, fueron la prueba de que el matrimonio había pasado a la historia. Aunque en un principio a Carolina le sedujo su aire de chico guapo y malo, con el tiempo las borracheras y las salidas de tono de su marido terminaron por cansarla y causarle vergüenza delante de terceros.

Desde hace unos meses sale con Simona, una joven rumana de 22 años de origen humilde, bailarina en un club nocturno y modelo en los carteles publicitarios de un famoso prostíbulo de Austria. A su todavía esposa – la misma que en las dos últimas décadas se ha caracterizado por su altivez y su sentido del deber, y que precipitó su matrimonio con Ernesto porque estaba embarazada – parece que le dé igual que su marido se pasee con una stripper, y más ahora que ni siquiera ejerce como primera dama del Principado. Eso sí, si hace falta defender al marido ante el juez por el caso de la paliza en Kenia, acude y punto. ¿Nobleza obliga?

El porqué continúan casados es una incógnita. Se especula con que Carolina perdería la custodia de su hija, pues Alexandra tiene mayor rango nobiliario que su madre, y por ello no se divorciaran hasta que la joven cumpla la mayoría de edad. También hay que tener en cuenta que, aunque esté separada, continua siendo su Alteza Real la Princesa de Hannover, mientras que divorciada sólo sería su Alteza Serenísima la Princesa de Mónaco, y, claro, puede que no quiere perder su status. Por último, se rumorea que habría esperado para no robarle protagonismo a su hermano en los meses previos a su boda con Charlene Wittstock. También por parte de Ernesto podría no haber prisa. El aristócrata perdió su derecho en la línea de sucesión al trono británico  – ocupaba el puesto 385 – al casarse con la católica Carolina y no va ahora divorciarse después de lo perdido.

La única parcela que parece que no ha quedado manchada por el vaso de alcohol son los negocios. Como administrador del patrimonio de la Casa Hannover, su gestión – dicen – ha sido brillante desde que tomó las riendas, en 1987 tras la muerte de su padre. Tras la pancreatitis, decidió aumentar su fortuna, valorada en 500 millones de euros, convirtiendo en atracción turística el castillo neogótico de Marienbourg, residencia principal de los Hannover. Para llevar a cabo esto necesitaba dinero, poa ello subastó casi cinco mil objetos de gran valor histórico. Pero según contó un noble al Vanity Fair, Ernesto suele recurrir a la venta de porcelanas, pinturas y armaduras familiares para costearse su estilo de vida bon vivant. Las ventas, por cierto, parece ser que han molestado a sus hermanos.

Sin su esposa, su hija pequeña, y su familia cerca, a Ernesto sólo le quedan estos días la compañía de sus amigos, las fiestas y… la botella. Justo lo último que necesitan él y su salud.